Lo que tengas que hacer, hazlo pronto (San Juan Bautista)

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Lo que tengas que hacer, hazlo pronto (San Juan Bautista)

Ayer visitaba en el hospital a una paciente que había tenido a mi cargo unas semanas antes, porque había sido hospitalizada por sospecha de neumonía. Unos días después de la hospitalización comprobamos que se trataba de aspiración pulmonar de contenido gástrico, debida a una enfermedad que le causaba obstrucción intestinal. Le pregunté a la enfermera cuando iba a ser intervenida quirúrgicamente y me comentó que estaba programada para seis días después. La paciente llevaba ingresada cinco semanas. Y no pude evitar volver a pensar en lo que dijo San Juan Bautista hace más de 2000 años.
En la medicina pública todo va muy despacio: las intervenciones quirúrgicas de pacientes no hospitalizados y a veces incluso las de los que están ya hospitalizados, las citas para primeras consultas de médicos especialistas, las citas para algunos exámenes radiológicos y para otras exploraciones complementarias… Es tal la lentitud en casi todo que algunos médicos ya la consideran como algo “normal”.
Estas demoras o tardanzas no son normales. Y menos en un mundo como el de hoy, en el que todo va muy rápido.
Pero también es verdad que esto no solo sucede en la sanidad pública. Ocurre también en otras empresas públicas de servicios. Como la justicia, en la que a veces tienen tanta demora los juicios que da tiempo a que se mueran el juez encargado del caso o el acusado antes de la celebración.
Esta pachorra en las administraciones o servicios públicos fue lo que me hizo desesperar y abandonar Correos, hace poco, antes de llegar a terminar la operación de solicitud del voto por correo. Había ido, en un día de mucho calor, a las dos de la tarde pensando que a esa hora habría poca gente. Pues no, muchas otras personas debieron pensar lo mismo y ya tenía muchos números delante cuando saqué el mío. Había tres funcionarios para los envíos. Uno de ellos, dejó de atender a los usuarios cuando la señora, a la que estaba atendiendo, salió del mostrador para buscar a su pareja porque debía ser necesaria su firma para poder llevar a cabo la operación solicitada. La compañera de al lado tenía problemas con una cliente. Comenzaron a discutir en voz alta. La usuaria le llamaba «tía» y la funcionaria le respondía que no era su tía. La cliente gritaba que no se iría hasta terminar la operación por la que había ido allí. La funcionaria le contestaba gritando aún más. El compañero de al lado, mientras esperaba por la señora que había salido a buscar a su pareja, terciaba cada poco en la discusión. Una tercera funcionaria, que estaba separada de los anteriores y no tenía con quien perder el tiempo, era la única que iba encendiendo cada poco el dispositivo para avisar al número siguiente. Lo de sus otros dos compañeros era tan esperpéntico, tercermundista, que le dije a la encargada que pasaba por allí que viese lo que pasaba con aquellos dos funcionarios, porque lo único que hacían era discutir con la  señora que la había llamado «tía» desde hacía varios minutos. La encargada, muy seria, me dijo que estaban realizando su trabajo con normalidad (pensé que me quería decir “como siempre”). La numeración de la pantallita luminosa de la tercera funcionaria no cambiaba el número cuando se quedó desocupada, después de atender al último cliente. Me ofrecí para decir el número siguiente a viva voz. Me dijo que no era ese el problema, sino que se había colgado el programa, que no iba. Recordé la ocasión anterior que había estado en correos y había sucedido lo mismo. Me había tenido que marchar porque la aplicación informática se había quedado bloqueada, lo mismo que había sucedido hoy. Una señora que estaba a mi lado, que tenía que venir casi todos los días a correos, me dijo que eso, al final de la mañana, sucedía casi todos los días y que, aunque se desbloquease el programa, ahora ya era la hora de hacer el cambio de turno e iban a tardar en comenzar a llamar de nuevo. Y recordé también la vez que había estado en la oficina de correos en Brighton, en el sur de Inglaterra, hace más de quince años. ¡Qué diferencia tan enorme en la atención de los funcionarios a los clientes, a su favor! Y pensé en lo que decía Pérez Reverte recientemente en una entrevista que le hacían en El Mundo: “España no tiene solución”.
En los tiempos de San Juan Bautista no creo que hubiese servicios públicos como sanidad, justicia o correos, y sin embargo él ya sabía que las cosas que hay que hacer, hay que hacerlas pronto.

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2017-01-23T15:45:42+00:00 01 / 01 / 2014|Opinión|