UNA PREGUNTA TRAMPA: ¿HAY ALGÚN MÉDICO EN LA SALA?

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UNA PREGUNTA TRAMPA: ¿HAY ALGÚN MÉDICO EN LA SALA?

Mientras volaba en dirección a Italia la pasada primavera se oyó por los altavoces la voz del piloto del avión: “¿Hay algún médico a bordo”? ¿Cuántas veces lo habré oído en los últimos 25 años? Una pasajera se había desmayado y cuando empecé a examinarla el piloto me preguntó: “¿Debemos aterrizar?”. Me sorprendió que recayera en mí esa responsabilidad, pero hice la mejor conjetura que pude y le dije que no. Después sufrimos un aterrizaje estresante mientras le daba oxígeno a la mujer tumbada y una ambulancia nos recogió en la misma pista. La mujer me lo agradeció pero el piloto apenas me dio las gracias y, a todo esto, empecé mis vacaciones agotado.

    Habiendo hecho la especialidad de pediatría, he respondido casi dos docenas de veces a la situación del llamado “Buen Samaritano”, en la que una persona herida o críticamente enferma aparece de pronto entre el público. Quizás yo ya he tenido bastante, pero me pregunto si este fenómeno es importante y va en aumento. Con la población cada vez más envejecida no debe sorprendernos que aumenten las emergencias fuera de los hospitales.

    Cuando era joven, atender una emergencia era emocionante. Poco después de acabar mi formación, un adulto experimentó un dolor en el pecho durante un servicio religioso. Cuando le atendía, tenía pocas dudas y mi nivel de confianza estaba muy alto. Era médico y me hacía ilusión poder ayudar.

Ahora, cuando oigo que alguien pide ayuda en la calle, mi pulso se acelera y me transformo como Clark Kent, me quito las gafas tranquilamente, me presento como “médico” y me hago cargo de la crisis. La seguridad que sentía cuando era un residente se ha ido nublando con el tiempo y me surgen nuevas preocupaciones. Aunque no puedo dar marcha atrás, rezo para que sea una falsa alarma y me siento aliviado cuando llega el médico de los servicios de emergencia o cuando aparece otro de esos “médicos que están en la sala”.

    Estoy realmente cualificado para tratar una emergencia? Aunque tengo preparación en reanimación cardiovascular y la he practicado durante más de dos décadas, mi concentración ha ido cambiando y pasando de las salas de urgencias y los procedimientos de cuidados intensivos a las erupciones y sarpullidos, los dolores de oído y las enfermedades comunes de la gente. En cuanto a los traumatismos, infartos y cosas por el estilo, tal vez no sea yo la persona más indicada para el trabajo.

    He tenido muchas discusiones con mi hijastro que es socorrista: argumenta que está más capacitado que muchos médicos para tratar traumatismos fuera de un hospital. Yo defiendo valientemente a “nuestro equipo”, invocando la mayor experiencia y sabiduría de un médico. Pero puede que el tenga algo de razón pese a que la sociedad considere a los médicos el colectivo mejor preparado y que mejor puede atender una emergencia.

    Cuando se solicita la ayuda de un médico, evidentemente, no se espera que vaya a aparecer un doctorado. Aún así, meter a todos los médicos en el mismo saco puede ser demasiado amplio. Francamente, si yo necesitase técnicas de reanimación tras sufrir un accidente de tráfico, preferiría a un socorrista antes que a un dermatólogo por mucho mejor que fuese el periodo de formación de un dermatólogo.

Riesgos, miedos y reservas

Desgraciadamente, en mi experiencia la pregunta de quién está más cualificado entra pocas veces en juego porque cuando el piloto, el sacerdote o el camarero dan la voz de alarma soy el único que acude. ¿Qué les pasa a los demás? La razón más común para la dejadez (no tan extraña) de ayudar a las víctimas de ayudar a las víctimas de emergencias fuera de los hospitales es la práctica del boca a boca. A mí no me preocupa coger microbios, pero me vienen otros inconvenientes a la mente y sospecho que no soy el único en pensar en ellos.

    Ahora, cuando suena una alarma, considero mejor los riesgos que corro. Si atiendo a una persona de edad avanzada que se ha caído o proporciono reanimación cardiopulmonar a alguien que ha sufrido un infarto y no consigo ayudarles me pregunto si me podrían demandar. Ya no soy joven, tengo una hipoteca, niños en el colegio y un estilo de vida que no me anima a asumir riesgos.

    Las personas (médicos incluidos) raramente son demandadas por ayudar en una emergencia, pero las leyes para los Buenos Samaritanos, que son diferentes dependiendo de cada Estado, no garantizan que alguien no pueda ser demandado ni proporcionan inmunidad en quejas sobre negligencias o malas prácticas.

    Un sábado por la noche, mi esposa y yo estábamos cenando en Maniatan y, de pronto, el dueño del restaurante, emitió uno de esos gritos que ya me resultan familiares. Salté de mi asiento y me encontré a un pálido anciano tirado en el suelo. Cuando perdió el pulso le quité la dentadura postiza y empecé a practicarle el boca a boca y el masaje cardiaco. Finalmente, después de un largo y terrible tiempo de espera, el servicio médico de emergencias llegó y le aplicó innumerables series de electroshocks, pero el hombre ya había muerto y me quedé paralizado.

    Mientras el socorrista del servicio de emergencias me tocaba el hombro con cariño, el dueño del restaurante no me ofreció más que una bebida por cuenta de la casa y trató mis espantosos y agotadores esfuerzos como si lo que hubiese pasado no fuese más que un retraso de diez minutos en asignarnos nuestra mesa.

    Estas actitudes y respuestas tan curiosas ocurren en una gran variedad de lugares. Normalmente, cuando uno sujeta una puerta, un “gracias” o un gesto con la cabeza cierra el círculo social de la cortesía. Mi experiencia me dice que la víctima y los familiares a menudo expresan su agradecimiento. Otros trabajadores de los servicios de emergencia también parecen agradecidos por tener a otra persona que pueda ayudarles. Pero me ha desconcertado muchas veces la falta de reconocimiento de quienes realmente cargan con este tipo de responsabilidades en lugares públicos. Pilotos, restauradores e incluso el clero han actuado como si yo estuviese entre su “personal”, esperando a ser llamado para atender las necesidades urgentes de un pasajero, un comensal o algún presente, sin esperar ningún reconocimiento.

    Los médicos y la víctima no son más que extraños, pero entren en una relación basada en suposiciones y esperanzas. Por mi parte, ¿por qué no iba a ofrecer mi ayuda?, ¿no es esta la razón por la que quise ser médico? Como ya he explicado, la víctima suele apreciar tu esfuerzo. Pero ¿que debo hacer con la actitud que muestran los que dicen eso de “algún médico en la sala”? ¿Es un reflejo de la relación de amor-odio entre los médicos y la población? Quizás la sociedad ha puesto unas esperanzas equivocadas en este grupo privilegiado, asumiendo que el juramento hipocrático y sus privilegios incluyen disponibilidad 24 horas durante los 7 días de la semana.

    Quizás otros médicos apenas han oído estas peticiones de ayuda. Pero adivino que van a empezar a aparecer cada vez con más frecuencia.

M. H. Rubin
Director del Programa de Residencia Pediátrica en el Centro de Salud Médica y Mental Woodhull, Brooklyn, New Cork.
Journal of Medical Ethics

2017-01-23T14:46:35+00:00 01 / 01 / 2007|Opinión|