Comentaba un médico amigo que había dos cosas que le preocupaban mucho: una, enfermar; otra, no “dar” con un buen médico si enfermaba.
La buena salud es una de la cosas más importante de la vida. Lo mejor es no enfermar, así no hay necesidad de consultar al médico. Pero si nos ponemos enfermos, es esencial encontrar un buen médico.
Los médicos no son iguales, aunque hace algunos años los políticos quisieran hacernos creer lo contrario. Recuerdo una consigna que repetían en el ministerio de sanidad por aquellos años: “no se preocupe por el nombre del médico que le atienda cuando ingrese en un hospital; todos le cuidarán con las mismas garantías”. Muchos de estos políticos, cuando enfermaban, elegían médico y hospital. Los médicos no son todos iguales, ni son todos excelentes, como tampoco lo son los fontaneros, abogados, panaderos, ingenieros, etc.
Me permito recomendarle que lea en esta ventana de Opinión, “Qué es un buen médico” . Una característica fundamental para ser un buen médico, además de la experiencia, conocimiento y sabiduría, es la prudencia, es decir, saber hasta donde uno puede llegar y no tener reparo en solicitar ayuda o consejo a otros médicos de distinta o la misma especialidad, cuando tiene delante un problema difícil. Escribía un clásico, “locura será de todos modos querer saber tú solo más que todos”, y esta “locura” es frecuente en los médicos, no se si más o menos que en otros profesionales. Existe un narcisismo que puede hacerle creer que es “el mejor médico del mundo”, y eso nunca es cierto. El médico con experiencia y sabiduría puede tener más dudas diagnósticas cuando hace una primera evaluación de la enfermedad de un paciente que otro médico menos experto y sabio, porque conoce otras enfermedades que pueden causar un cuadro clínico parecido al que tiene ese paciente determinado. Y siempre intentará alcanzar el diagnóstico cierto antes de instaurar el tratamiento. Un médico con menos experiencia y sabiduría puede tener menos dudas diagnósticas, porque sus conocimientos de otros trastornos que pueden manifestarse de forma parecida son más limitados; puede hacer antes el diagnóstico, pero con más posibilidades de que no sea el correcto. Y el diagnóstico es lo más importante en medicina . No se puede hacer un tratamiento adecuado sin un diagnóstico preciso. Y para hacer un diagnóstico exacto continúa siendo lo más importante la realización de una buena entrevista o historia clínica.
Si los médicos no son iguales, si unos son más excelentes y diagnostican mejor que otros, parece lógico y conveniente poder elegir médico. Hace algunos años, un Presidente Nacional de Colegios Médicos luchó para que en España se instaurase la “libre elección de médico”, como ya existía en otros países de Europa. No lo consiguió. Una de las razones fundamentales de no haberlo logrado fue que una gran parte de los médicos no estaban de acuerdo en que los pacientes pudiesen escoger al médico, aunque ellos sí lo hacían cuando enfermaban.
No estaban de acuerdo porque a muchos médicos no les gusta competir. Es más cómodo cobrar el mismo sueldo a fin de mes que aquel otro médico que se esfuerza más, que está al día, que sigue estudiando, que se preocupa por solucionar acertadamente todos los casos difíciles que tiene entre manos. Es decir, el médico que seleccionarían más pacientes si hubiese libre elección.
Las personas con alto nivel económico eligen médico y hospital, a veces incluso fuera de su país. Con frecuencia vemos en las revistas como españoles famosos (artistas, cantantes, escritores, etc.) son atendidos en clínicas y hospitales de EEUU: Nueva York, Houston, Clínica Mayo. En la clínica o consulta externa la atención excelente y personalizada, y en la hospitalización, un único médico responsable del paciente y un buen equipo detrás con el que discutir las mejores opciones terapéuticas después de habérsele realizado un diagnóstico correcto, son fundamentales. El Correo Gallego de 25 de abril de 2006 informaba que el 10% de los pacientes oncológicos del Hospital Clínico de Santiago se planteaban ir a Houston para solicitar una segunda opinión médica o ver que posibilidades le ofrecían para su trastorno. Y opinaba uno de los especialistas de oncología de ese hospital que la única diferencia entre el Centro del Cáncer Anderson de Houston y el Clínico de Santiago era la hostelería y que los pacientes podían estar más cómodos, pero que el tratamiento era el mismo. Otro especialista decía que en todos los hospitales de España, Europa y EEUU se contaba con los mismos protocolos de actuación y que por tanto no había necesidad de ir a otros centros. No estoy de acuerdo con estas respetables opiniones, porque los hospitales no tienen la misma excelencia en los médicos, ni en los resultados de los tratamientos médicos, ni en la cirugía, ni en mortalidad, etc. Y, como se dijo antes, la actuación médica no solo consiste en el tratamiento; es más importante diagnosticar correctamente cada uno de los problemas que tiene un paciente con cáncer u otra enfermedad; después hacer el tratamiento apropiado. Además de la distinta calidad de los médicos, hay diferencias en la rapidez en la realización de pruebas diagnósticas, en la organización de reuniones de médicos expertos para discutir el mejor tratamiento en cada caso, etc. Esto, por supuesto, no quiere decir que en el Hospital Clínico de Santiago los médicos de oncología o de cualquier otra especialidad no puedan ser tan excelentes como los de Houston e incluso tener iguales o mejores resultados, y por tanto disfrutar los pacientes de las mismas garantías de que las cosas vayan bien. Lo que se puede asegurar es que los médicos y los hospitales no son todos iguales. La excelencia en las diversas caras de la asistencia o cuidados del enfermo son siempre diferentes, en mayor o menor grado.
En los países de nuestro entorno, algunos con tradición de medicina pública socializada como Suecia, el enfermo puede elegir médico general y especialista. Y puede elegir hospital. Uno de los países con una de las mejores sanidades públicas del mundo, Canadá, está teniendo problemas en los últimos años a causa de las listas de espera. Por eso están permitiendo la combinación de la asistencia sanitaria pública y privada en algunas provincias como Alberta, British Columbia y Québec (NEJM 2006; 354:1661-1664). En la sanidad pública de nuestro país es frecuente que un paciente tenga que esperar varias semanas, incluso meses, para ser intervenido de un cáncer de pulmón, realizar una PET corporal, o ser atendido por el especialista. Esta situación no puede mantenerse en el siglo XXI.
Si podemos elegir otras cosas ¿por qué no poder elegir médico? La competencia entre los médicos y hospitales por tener más pacientes es tan buena como la que existe entre otras empresas de servicios. Y es mejor y más justo que aquellos médicos y hospitales que lo hagan mejor tengan más retribución económica.
Si después de acudir a una consulta o servicio hospitalario no ha quedado satisfecho con la atención prestada, parece lógico que ante una nueva necesidad de asistencia médica pueda escoger una consulta u hospital diferentes.
La pérdida de pacientes por un hospital o consulta les llevaría a mejorar la asistencia prestada para lograr la misma excelencia que sus competidores. Y el paciente podría elegir, de la misma forma que elige profesionales o empresas de servicios para resolver otras necesidades personales o familiares de menor importancia.