Franz Kafka en la política española

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Franz Kafka en la política española

Franz Kafka en la política española
La Voz de Galicia, domingo  4 de abril de 2010
En La metamorfosis de Franz Kafka, su protagonista, Gregorio Samsa, comerciante de telas que lleva una tranquila vida familiar, se despierta un día transformado en algo desconocido para él: «un monstruoso insecto», escribe Kafka. Y, como cualquiera que se viera en tan increíble situación, Samsa, aterrado, se pregunta: «¿Qué me ha sucedido?».
Espantado por la corrupción que, para vergüenza general, ahoga la política española, no puede uno dejar de formularse esa pregunta y de suponer que los implicados se la dirigen a sí mismos: ¿Qué les ha sucedido? ¿Cómo alguien honrado se convierte de pronto en un prevaricador o, sencillamente, en un ladrón? ¿Cómo quien ha hecho durante años la vida que hacemos millones de personas, necesita habitar en lujosos palacios, viajar en coches formidables y comportarse como un verdadero marajá?
Cabe responder a esas preguntas, por supuesto, desde una simpleza cínica o ingenua: según ella, los políticos deshonestos lo serían ya antes entrar en la política -lo que la estadística desmiente- y conformarían porcentajes tan exiguos que cada caso se explicaría en claves puramente individuales. Tal forma de ver las cosas resulta ciertamente tranquilizadora, pero creo que es completamente falsa.
Lo que acontece, en realidad, resulta bastante diferente: que la inmensa mayoría de los políticos experimentan desde el momento en que dejan su habitual actividad (cuando la tienen) una metamorfosis progresiva, que es más espectacular y más acelerada cuanto mayor es su responsabilidad. Los políticos dejan de ser, en gran medida, lo que eran, de frecuentar a sus amigos, de leer lo que leían (si lo hacían), de sufrir las incomodidades de la vida cotidiana y de tener el contraste de un entorno que los trataba sin más miramientos que los del afecto o la buena educación.
De pronto, como Gregorio Samsa, se despiertan un día, rodeados de coches, comidas, cobistas, asesores, viajes oficiales y, en general, de una vida falsa que los aleja por completo del mundo real que vivimos los demás. Es ese autismo social, mayor desde luego cuanto más pelanas es el político de turno, el que provoca un efecto devastador sobre personas que, como quien se enamora, pierden la cabeza.
Es verdad que solo una pequeña parte de esos hombres y mujeres alucinados por los oropeles del poder (que puede ser un ministerio, pero también una modesta concejalía o una de esas direcciones generales que proliferan en España como hongos) se echan en manos del delito. Pero lo es también que, sin esa metamorfosis previa que hace de un ser normal uno intratable, dejar el camino recto sería para todos más difícil. Ya sé que lo que digo no es muy popular, pero estoy persuadido de que es cierto.

2017-01-23T12:58:01+00:00 01 / 01 / 2017|Meditar|