PREOCUPADO

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PREOCUPADO

JOAQUÍN LAMELA LÓPEZ. Médico Neumólogo

«Si alguien busca la salud, pregúntale si está dispuesto a evitar las causas de la enfermedad; en caso contrario abstente de ayudarle» (Sócrates)

    Era mi primer año de médico residente en el Hospital Marqués de Valdecilla de Santander. Una vez al mes se realizaba una sesión clínico-patológica general en el hospital. En esta ocasión se presentaba el caso de un enfermo fallecido de anemia aplásica. El hematólogo exponía con detalle la historia clínica de aquel paciente con una aplasia medular causada por cloranfenicol, un antibiótico excelente pero que podía causar graves efectos secundarios, entre ellos aplasia de la médula ósea, por lo que actualmente ya no se utiliza. Al final de la sesión, en la discusión, se levantó el doctor Morales, nefrólogo, posiblemente el mejor clínico de aquel hospital en ese momento, y lamentó que se estuviese discutiendo la causa de la muerte de un enfermo que no debiera haberse producido. Y continuó, «este paciente había consultado por un cólico nefrítico y el médico le trató de forma inapropiada, porque no estaba indicado el tratamiento con antibióticos y menos aún con cloranfenicol». El salón de actos se quedó en silencio. Aquel buen médico castellano había tenido la valentía de señalar que aquella muerte había sido causada por un grave efecto adverso de un antibiótico debido a un error médico. Salí turbado de aquella sesión general hospitalaria.
Han pasado muchos años. Hace pocos días atendía a una paciente con enfermedad pulmonar causada por un medicamento con efectos beneficiosos en las arritmias cardíacas supraventriculares. El fármaco había sido recomendado correctamente, pero cuando este medicamento se toma de forma prolongada puede causar enfermedad pulmonar en un porcentaje pequeño de casos. Es decir, aún estando bien indicados, los medicamentos pueden tener serios efectos secundarios.
Me preocupa que la gente no entienda (o no quiera entender) que la buena salud no está relacionada con tomar medicamentos “preventivos”, aspirina para evitar trastornos cardiovasculares, fármacos para bajar el colesterol, protectores gástricos, etcétera, sino con comer poco y bien, hacer ejercicio, no fumar y tomar pocas bebidas alcohólicas.
Me preocupa que en Galicia –no puedo asegurar si sucede lo mismo en otras regiones de España- los enfermos tomen los medicamentos con tanta facilidad, sin preguntar por las razones o indicaciones, por los efectos beneficiosos esperados y por los posibles efectos adversos. Si los pacientes nos hiciesen estas preguntas cada vez que les recetamos un fármaco estoy convencido que disminuirían las prescripciones.
Me preocupa que a ciertos enfermos les parezca que no se les ha tratado bien si no salen de la consulta del médico con una receta. Recuerdo una paciente que consultaba por dificultad respiratoria, medía 164 centímetros y pesaba 147 kilos. Le expliqué al terminar la consulta que sus pulmones funcionaban muy bien y que el problema eran los 80 kilos de más. Al salir comentó con otro enfermo, “será buen médico pero no me recetó nada”.
Me preocupa que la facilidad para tomar medicamentos esté inversamente relacionada con el nivel cultural de las personas.
Me preocupa que los pacientes crónicos y sus familiares piensen que sus problemas se solucionan con ingresos hospitalarios cuando lo más beneficioso, la mayor parte de las veces, es cumplir las recomendaciones no farmacológicas que los buenos médicos hacen siempre con tanto o más detalle que las farmacológicas: alimentación saludable y ejercicio, sin tabaco y sin ingesta alcohólica.
Me preocupa la enorme cantidad de enfermedades crónicas relacionadas con la obesidad, como la diabetes, artrosis e hipertensión arterial, que podrían corregirse totalmente, o casi totalmente, adelgazando.
Me preocupa lo que dijo Harry Loynd, presidente de la antigua compañía farmacéutica Parke, Davis and Company desde 1951 a 1967, aunque hayan pasado muchos años: “If we put horse manure in a capsule, we could sell it to 95 percent of the doctors” (si nosotros ponemos estiércol de caballo en una cápsula, podríamos venderla al 95 por ciento de los médicos).
Estoy de acuerdo con lo que dijo hace poco Pau Castells, neurólogo y psiquiatra pediátrico, a Diario Médico, «vivimos en una sociedad medicalizada en exceso, en la que todos los problemas tienen una etiqueta de enfermedad. Que si se está triste, que si ansioso, que si se duerme mal, que si la vida sexual no es satisfactoria: para todo hay una pastilla. Una gran parte de estos casos llegan a las consultas de atención primaria y a los especialistas en patologías mentales y en muchas de las ocasiones los pacientes salen con una receta en la mano, cuando con un cambio en su alimentación o en otros hábitos cotidianos hubieran podido mejorar considerablemente. En ocasiones son los propios pacientes los que demandan los fármacos. Además de la yatrogenia que se puede causar a los pacientes, es un gasto en salud. No tiene sentido hablar de “copago” cuando se están gastando millones de euros en medicamentos que no son necesarios; es momento de desactivar esta dinámica».
Y también lo estoy con el comentario que un médico hizo a las declaraciones del doctor Castells, “los profesionales sanitarios debemos reconocer nuestra parte de responsabilidad en este problema. La población curaba sus problemas banales con remedios caseros. Luego llegó la extensión de la atención primaria y los programas de salud, más tarde la atención a los factores de riesgo y de “pre-riesgo”. Por otro lado, los intereses de la industria farmacéutica y los medios afines colocan los fármacos y la tecnología en el centro de la atención creándose falsas expectativas”.
Decía Aurelio Cornelio Celso, en el siglo I antes de Cristo, «es menester no ignorar que los medicamentos tomados en brebajes no siempre resultan útiles a los enfermos, y que habitualmente perjudican a las personas sanas».

2017-01-23T15:10:28+00:00 01 / 01 / 2010|Opinión|