Por el Dr. Emilio Bengoechea
(Artículo publicado el 20 de marzo de 1990 en el periódico de Previsión Sanitaria Nacional, que por los escasos cambios producidos –o ninguno- de la Sanidad Pública en nuestro país conserva el mismo interés y actualidad de aquel momento)
[Deficiencias y escaseces caracterizan a los servicios sanitarios españoles a pesar del enorme gasto que ellos suponen para el contribuyente. ¿Por qué? La respuesta no es difícil. Porque se trata de unos servicios y unas actividades llevadas a cabo a través de un sistema sanitario socializado, público, monopolista y no competitivo. A la vista tenemos el fracaso, a nivel mundial, de todo sistema de este tipo, ya sea en medicina, en agricultura, en industria o en comercio. Ahí está el espectáculo que se nos ofrece en la URSS y el este de Europa, donde se reconoce la necesidad imperiosa de un cambio radical que ya se está llevando a cabo….
….En los llamados países socialistas las escaseces se traducen en colas para todo, desde adquirir cualquier producto en una tienda a disfrutar de un servicio. Productos y servicios que además son deficientes. En Occidente esas colas –que en este caso se llaman lista de espera- existen casi únicamente para conseguir un servicio médico y precisamente en dos países con sistemas sanitarios socializados parecidos, Gran Bretaña y España. Ambos sistemas introducidos hace más de cuarenta años en estos dos países, uno arruinado por una guerra mundial; el otro, destrozado por una guerra civil. A pesar de que las condiciones sociales y económicas han sufrido desde entonces un cambio radical y a pesar de que tanto tiempo ha demostrado lo inadecuado de este sistema sanitario, éste, contra viento y marea, obsoleto, como un fósil, sobrevive, cuando debería haber agotado su ciclo vital hace mucho tiempo.
Inherente a este sistema son varias de sus facetas que tienen funestas consecuencias. Una de ellas es que nunca se ha tenido en cuenta al médico de quien depende principalmente para su funcionamiento. El menosprecio al médico y su labor se traduce, entre otras cosas, en su baja remuneración en general, a veces propia de peonaje, a la que se suman discriminaciones e injusticias como la siguiente: Hoy día muchos de los médicos más cualificados profesionalmente, con más experiencia y responsabilidad, que han prestado y prestan el mejor servicio a la Sanidad, perciben, con el mismo horario, entre un 25 y un 50 por ciento menos que los más inexpertos sin cualificaciones ni responsabilidades, los incompetentes o indolentes. Hace algún tiempo, el diario ABC informaba que un médico, catedrático de Cirugía, pionero en España de los trasplantes cardiacos y muchas cosas más, percibía un salario menor que muchos obreros manuales, menos que el más inexperto médico de su hospital y menos que muchos médicos de atención primaria. Algo inconcebible en un país normal. Ello se debe a una especie de penalización, decretada por el Gobierno socialista, contra los médicos que tienen práctica privada, cosa que hacen para suplementar un miserable sueldo y/o conservar la dignidad y la libertad que la profesión siempre ha tenido.
Hay otro aspecto del menosprecio al médico de los hospitales públicos. Los profesionales en puestos de mayor responsabilidad, muchos de ellos distinguidos en labor asistencia, en docencia e investigación, además de no tener un sueldo digno han sido privados de la autoridad indiscutible que sus equivalentes tienen en los hospitales de Occidente. De ahí la indiferencia y la apatía generalizadas, la falta de rendimiento, la indisciplina e incluso el desmadre de una parte del personal. En Sanidad todo el mundo tiene un puesto definitivo, para toda la vida. No se puede poner a un subordinado en el puesto que se merece ni por supuesto despedir a nadie. Los puestos no peligran por incompetencia o indolencia. Sólo pueden peligrar, sobre todo tratándose de un médico, si, por motivos extraprofesionales, cae en desgracia y es seleccionado como víctima por los investidos de la máxima autoridad –y sueldo-. Estos son los gerentes y directores varios y múltiples, en su mayoría mediocridades, políticamente nombrados y motivados. Quienes, actuando como comisarios políticos, empapelan y expedientan, es decir, utilizan los mismos métodos persecutorios que los burócratas políticos de todos los países sin régimen de libertades.
Para una organización, empresa o institución –incluyendo un hospital- funcionen, deben estar vigentes los principios de autoridad y jerarquía normalmente ejercidos por los más cualificados de su profesión. Estos, hoy en día, en sanidad, están desmoralizados, sin motivaciones, relegados, a menudo acosados cuando no vejados, sin un sueldo digno y sin autoridad, y así no se puede funcionar.
De todo lo expuesto puede deducirse que un cambio radical, una especie de “perestroika”, es necesario en el sistema sanitario español… Ello supondría una decisión política de gran envergadura… Que miren hacia el Este. Y para empezar hay algo que está al alcance de este u otro Gobierno y es restaurar, devolver a la profesión médica algo esencial de lo que ha sido injustamente privada: su dignidad y su libertad. ¿Cómo? Retribuyendo dignamente su trabajo, acabando con la interferencia de los burócratas en su labor, haciendo posible la elección de médico y hospital por parte del enfermo, creando estímulos y motivaciones para superarse, es decir trabajar más y mejor. Esto no tiene por qué significar privatización de la Medicina, que, como la experiencia enseña, a veces supone la explotación de médico de otros amos en vez de por el Estado. Significaría, entre otras cosas, indirectamente, la introducción de la competitividad, que es lo que hace posible el buen funcionamiento, la eficacia y la excelencia. Esto puede hacerse, incluso, dentro de un sistema estatal, aplicando las normas de gestión de la empresa eficiente como son, entre otras, la dirección por los profesionales mejor cualificados y las recompensas acorde con el rendimiento. Siguiendo estas directrices la Sanidad mejoraría drásticamente.]
“Lo único permanente es el cambio” (HERÁCLITO)