“La penicilina por vía parenteral causa shock anafiláctico y muerte a uno de cada cien mil pacientes tratados, pero al que le toca, la frecuencia es del cien por cien” (Profesor Ramón Villarino)
Esto, lo de la frase de la introducción, era lo que nos decía el profesor Villarino a los alumnos de tercer curso de medicina cuando nos explicaba la penicilina en la clase de farmacología.
Hace pocas semanas, un representante español de las vacunas en la OMS decía que los casos de trombosis venosas aparecidos después de la administración de la vacuna de AstraZeneca se producían posiblemente con la misma frecuencia que en la población general no vacunada y que no había porque preocuparse. Lo mismo decía, por esas fechas, la directora de la Agencia Española del Medicamento. Unos días después, esta directora, cambió su mensaje y decía que se suspendía la inyección de la vacuna de AstraZeneca durante 15 días para esclarecer si estos importantes efectos adversos publicados estaban relacionados con esta vacuna.
He seguido oyendo a partir de esas fechas entrevistas en radio y televisión a médicos epidemiólogos y representantes de la sociedad española de vacunología (me enteré ahora qué existía esta sociedad española de vacunas) defender que, aunque estuviesen relacionados estos episodios con la vacuna de AstraZeneca, eran tan raros que no invalidaban su uso.
Estas últimas semanas se están publicando informaciones en los medios de comunicación sobre los casos de trombosis venosas cerebrales asociados a una disminución de plaquetas en varios países después de haberse puesto los afectados la vacuna de AstraZeneca contra el coronavirus causante de la covid-19. Hace pocos días se informaba que AstraZeneca había suspendido los ensayos con su vacuna en menores de 30 años en el Reino Unido. Ayer se informaba en los medios de comunicación de seis casos en personas jóvenes en Estados Unidos, con una de las personas muerta y otra en estado muy grave en la UCI, después de vacunarse con la vacuna de Janssen y que se suspendía su administración. Las dos vacunas, usan el adenovirus como vector de la vacuna.
Hoy por la mañana oía a Jorge Bustos, una gran periodista, en el programa “La Mañana” de Carlos Herrera en la COPE, decir que estos casos de trombos son menos frecuentes que los producidos por fumar cigarrillos, tomar anticonceptivos u otros medicamentos. Y comparan el porcentaje bajísimo de las muertes causadas por los efectos adversos de estas dos clases de vacunas por millones de inyecciones administradas con la mortalidad del 0,2 por cien de la covid-19, y que como es infinitamente menor no hay motivo para montar este revuelo ya que las vacunas son eficaces para prevenir la covid-19. Todos somos muy valientes de boquilla, pero sería interesante conocer si se opina lo mismo, sobre la seguridad de estas vacunas, si uno de esos episodios de trombosis venosa cerebral le toca a un miembro de nuestra familia.
No estoy de acuerdo con estos comentarios. Los medicamentos se deben utilizar solo después de diagnosticar la enfermedad de un paciente adecuadamente ―no siempre los médicos prescriben medicinas solo después de hacer un diagnóstico exacto―. El médico, antes de recetar un medicamento, debe poner en una balanza los efectos beneficiosos esperados y sus posibles efectos adversos, y si pesa más esto último en la balanza, antes de prescribirlo, debe o debería contar con la aprobación del paciente. Los medicamentos se recomiendan y emplean para tratar a personas enfermas. Las vacunas no se utilizan para tratar a personas enfermas de covid-19, sino que se utilizan para prevenir esta enfermedad en personas sanas. Por lo tanto, no se pueden comparar los efectos adversos de los fármacos para tratar enfermedades con los de las vacunas para intentar evitarlas. Las vacunas, aunque no evitan totalmente la posibilidad de infectarse por el SARS-CoV-2, pueden conseguir que si la persona vacunada se infecta y enferma la evolución de la enfermedad pueda ser de menor gravedad. Los casos publicados de muertes por trombosis trombocitopénicas inmunes relacionados con estas vacunas se dieron sobre todo en personas relativamente jóvenes y la mortalidad de la covid-19 en este grupo de edad es muy baja. Aunque se produzcan muy raramente estas trombosis venosas cerebrales y muertes, para las personas que les ha tocado sufrirlas, como decía el profesor Villarino, la frecuencia es del cien por cien.
Por otra parte, no todos los que no se vacunan de la covid-19 van a padecer la enfermedad lo mismo que sucede con los que no se vacunan de la gripe. Los vacunados de la gripe también pueden padecer la enfermedad. Si los vacunados que padecen la gripe tienen menor gravedad, menos hospitalizaciones en UCI y mortalidad no ha sido bien demostrado según la opinión de algunos expertos.
Ya no parece haber dudas que esos casos de trombosis trombocitopénicas inmunes están causados por las vacunas de AstraZeneca y Janssen. En mi opinión, estos casos, aunque raros, son muy graves y habría que suspender su administración ya que hay otras vacunas tan o más eficaces que no causan efectos serios y muertes. Habría que tener presente y aprender de lo que ha sucedido con medicamentos que han sido retirados solo después de haber producido un gran número de efectos adversos muy serios, como lo ocurrido con la talidomida en el siglo pasado y también con otros muchos medicamentos (antibióticos, antiinflamatorios, anticonceptivos, antidiabéticos, psicofármacos, etcétera). Si las vacunas de AstraZeneca y Janssen están relacionadas, como ya se ha demostrado, con estas trombosis trombocitopénicas inmunes en el cerebro y en otras zonas del sistema venoso y siguen utilizándose y causando más muertes, ¿se puede justificar su empleo cuando hay otras vacunas de igual o mayor eficacia y sin estos serios efectos adversos?
En las Agencias Nacionales del Medicamento, en la Agencia Europea y en la FDA americana, puede haber miembros que tengan conflictos de intereses con las compañías farmacéuticas. Eso puede tener que ver con que a veces se tarde tanto en prohibir y retirar un fármaco, como sucedió con la talidomida y con muchos otros medicamentos, solo después de haber causado serios efectos adversos y muertes. El poder de las compañías farmacéuticas es tan inmenso como inadecuada su relación con médicos y organismos sanitarios oficiales de todos los países. Le decía el padre a Jack Nicholson en El honor de los Prizzi: «Hijo, todo en la vida es un negocio». ¡Qué triste!
Si quiere enterarse bien de este asunto, de la relación inadecuada de los médicos y organismos oficiales sanitarios con las compañías farmacéuticas, le recomiendo leer “Medicamentos que matan y crimen organizado”, de Peter C. Gotzsche, declarado hace años como Mejor Libro del Año por la British Medical Association.
www.clinicajoaquinlamela.com
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