Errores médicos

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Errores médicos

 

 

“Lo peor no es cometer un error, sino tratar de justificarlo, en vez de aprovecharlo como aviso providencial de nuestra ligereza o ignorancia” (Santiago Ramón y Cajal)

Hace unos días leía en los periódicos que una dosis diez veces superior a la que necesitaba un bebé de 9 meses acabó con su vida en el mes de febrero de este año en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. Se le administraron por vía oral un gramo de micofenolato, en lugar de 100 miligramos. Pese a los intentos de los médicos por revertir los efectos de la sobredosis, el pequeño falleció dos semanas después por necrosis intestinal. Al parecer se está investigando si fue un error del médico o de la enfermera.

En 2016 se publicaba en la revista médica British Medical Journal (BMJ) que, según los cálculos de dos expertos, los errores médicos eran la tercera causa de muerte en Estados Unidos, por detrás de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, con unos 250.000 fallecimientos anuales. Y según ellos este problema existe en todos los demás países. Estos expertos decían que la gente muere por errores en el diagnóstico, sobredosis de medicamentos, cuidados fragmentados, problemas de comunicación o complicaciones evitables. Para uno de los investigadores, la mala calidad de los cuidados en África mata probablemente más gente que el sida o la malaria juntos.

Los autores del estudio abogaban por poner en marcha medidas que permitan reducir la «frecuencia» y las «consecuencias» de los errores médicos. En concreto, proponían que el certificado de defunción señalara si las complicaciones vinculadas a los cuidados desempeñaron un papel importante en la muerte del paciente. Asimismo, estos científicos urgían a poner en marcha investigaciones independientes rápidamente para determinar si se cometieron errores médicos en algunas muertes.

Y concluían diciendo que un enfoque científico fiable, comenzando por reconocer el problema, es indispensable para responder a las amenazas que pesan sobre la salud de los pacientes.

Estaba haciendo mi especialidad en el Hospital Marqués de Valdecilla, allá por el segundo lustro de la década de los 70 del siglo pasado. Se anunciaba una sesión general quinquenal del hospital, presentada por Anatomía Patológica. Allí se mostró a los clínicos un error de los médicos de ese servicio al haber diagnosticado una leucemia aguda a un hombre relativamente joven, diagnóstico que se modificó después de realizarle una autopsia postmortem por el de leishmaniasis. Es decir, si no se hubiese hecho un diagnóstico erróneo el paciente podía haberse curado y estar vivo. Por aquel error diagnóstico se le había tratado de leucemia que no padecía, y estaba muerto.

Recuerdo que aquello me sorprendió. Aquellos médicos de anatomía patológica habían tenido el valor de decirle a sus colegas que se habían equivocado, para mostrarle además que los patólogos también pueden equivocarse en los diagnósticos que emiten. Cuánto peor es la calidad de los médicos de un hospital menos se discuten y cuestionan los diagnósticos de los médicos anatomopatólogos. Y, aunque afortunadamente se equivocan poco, también se equivocan. Dicen algunos que hasta Dios se equivocó al haber creado a la mujer de una costilla del hombre.

En otra sesión general se presentó la necropsia de un paciente que había fallecido por una aplasia medular por haber sido tratado por un médico el cólico nefrítico que padecía con cloranfenicol, cuando no estaba indicado el tratamiento antibiótico, y menos aún con cloranfenicol, el causante de la aplasia medular.

Mucho más adelante un excelente patólogo joven me contaba que había visto en congresos contar a otros patólogos de talla reconocida mundialmente alguno de sus errores más «gordos».

¿Y por qué digo esto? Porque son los mejores médicos a los que menos les cuesta reconocer que se han equivocado, mostrar sus errores. Recuerdo hace años, que en las sesiones clínicas dos de nosotros presentábamos en ocasiones casos de pacientes en los que en un primero momento habíamos realizado un diagnóstico inexacto, corregido después, y había médicos que nunca presentaban ninguno. Pregunté por qué no lo hacían, y uno me respondió: «¡Si hombre, por encima de haber metido la pata, lo que me hacía falta, contárselo a los demás!

Casi siempre, cuando el médico comete un error diagnóstico, se le suele echar la culpa al enfermo por no haberle contado bien las cosas en la entrevista. Y el paciente nunca tiene la culpa; en ese caso la culpa sería el médico por no haber empleado el tiempo necesario para conseguir una buena historia clínica o entrevista.

 

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2019-10-15T11:21:50+00:00 15 / 10 / 2019|Opinión|