Subida a Peña Trevinca
“Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria” (Marco Tulio Cicerón)
He subido a Peña Trevinca, la asombrosa montaña situada en el límite de las provincias de Orense y Zamora, el pico con mayor altitud de Galicia y Zamora, 2127 metros, más de una docena de veces, y sigo deseando volver a coronarla cada verano. Los familiares y amigos me preguntan qué es lo que le encuentro a este monte para haberlo escalado tantas veces. Tal vez la respuesta esté relacionada con lo que decía Marco Tulio Cicerón.
Casi siempre la he ascendido acompañado. Una o dos veces lo he hecho solo, a pesar de las recomendaciones de los paisanos de Porto de Sanabria, de donde he partido siempre, que debía hacerlo acompañado. La primera vez he subido con una grupo de amigos y un guía que no era tal, ya que solo conocía bien la ruta sobre el plano, y fue tan dura la ascensión que, cuando regresamos, en el pequeño río de Valdetendas -se llama así la zona llana, o “chaira” como dicen allí, donde se inicia la subida- las escenas recordaban a las películas antiguas de los romanos, cuando después de acabar la contienda los guerreros aparecían desolados lavándose la cara y los pies en el río. Uno de los participantes sufrió una insolación, con fiebre muy alta. Un año después volvimos a confiar en el mismo guía y nos tuvo caminando desde la madrugada hasta casi entrada la noche, más de 40 kilómetros, perdidos, hasta que descendimos por donde y como cuadró.
Después tuve la suerte de conocer a Domingo, un lugareño prudente y conocedor del terreno, con él que he subido muchas veces; la última, abortada cuando ya estábamos muy arriba por causa de la intensa niebla y el campo empapado.
A veces lo hacemos caminando desde Porto de Sanabria y otras desde Valdetendas, adonde llegamos desde Porto en un todoterreno, y en donde se inicia realmente la subida. Esta opción nos gusta más, porque al regresar, cansados, cogemos el coche donde lo hemos dejado antes, para regresar al pueblo, y evitamos así caminar más kilómetros, un incordio en días de mucho calor. A Peña Trevinca también se puede acceder partiendo desde otros lugares de las provincias de Orense y Zamora.
Salimos bien aprovisionados de agua, en cantimploras y botellas, mucha fruta, chocolate, y algún bocadillo. Es conveniente llevar mucha agua, aunque el agua pura del río Bibey, que discurre cerca y a lo largo del camino, nos permite reponerla y beberla sin peligro para nuestra salud, como hemos hecho muchas veces. Otras cosas que llevamos son gorras o sombreros y cremas solares para protegernos de la luz del sol, y bastones o “caxatos” como les llaman los porteños. También un jersey u otra ropa de abrigo, por si el tiempo cambia, y calzado apropiado: botas de montaña que fijen los pies y dificulten las torceduras de tobillo; no son convenientes las zapatillas de deporte, porque el camino es duro, con suelo irregular y oculto en algunos tramos, ya que quienes más lo pateaban eran las vacas y ahora hay muy pocas, y con ellas podemos torcernos los pies fácilmente. Y lo fundamental, conocer bien la ruta, lo que solo se puede lograr después de haber realizado varios ascensos.
En verano salimos a las siete de Porto en todoterreno, porque el camino no está asfaltado, y después de cuarenta o cincuenta minutos de viaje en coche comenzamos la subida andando. El primer kilómetro de ascenso es duro. El bastón o “caxato” nos ayuda mucho, o al menos nos lo parece. Pronto hay necesidad de beber agua, porque ya empieza a pegar el sol y el camino es descampado, sin árboles, solo hay pasto y matorrales. A dos o tres kilómetros, desde una ladera, ya divisamos la entrada a la Laguna de la Serpiente, un pequeño y precioso lago que merece la pena ver, pero es mejor conocerla a la vuelta, y a la que se llega después de subir un pequeña montaña y pasar entre dos pequeños cerros rocosos.
A partir de aquí, siempre subiendo entre montañas con algunas pequeñas planicies a través de la maleza de “toxos” y “xestas”, de pasto y de algunos terrenales con suelo húmedo por el agua de pequeños regatos, podemos ver corzos, perdices, codornices, y por supuesto vacas pastando, o acostadas si el calor aprieta.
Sin perder la vereda, ya más arriba, hemos visto grandes águilas volando solas o con sus crías. En una de las subidas nos llamó mucho la atención, y asustó ligeramente porque al parecer cuando están muy hambrientos pueden atacar a los animales -Domingo me dijo que él y yo no lo éramos- , una gran manada de enormes buitres, unos volando bajo y otros posados cerca, sobre una gran roca. Parecían contentos, les hicimos fotos, continuamos nuestro camino, y ellos no se metieron con nosotros. A pocos metros encontramos los despojos, mejor dicho los huesos, de una ternera, y entendimos lo que habían estado haciendo poco antes aquellas alegres aves de rapiña, aunque no pudimos saber si se había muerto la ternera o fueron aquellos enormes buitres los que la habían matado para comérsela.
Hacemos siempre un descansito al lado del río Bibey para reponer fuerzas y comer algo, antes de la dura subida a Foyo Castaño. En Foyo Castaño hay un gran desnivel y unas vistas preciosas para sacar fotos. Era uno de los sitios donde se escondían los maquis fugados en tiempos de la guerra civil; ahora suele haber águilas posadas en las bonitas montañas que rodean el hoyo o moviéndose por el cielo claro y azulado.
Descansamos unos minutos, comiendo ricos arándanos que allí hay, y comenzamos la subida del último tramo a Peña Trevinca, ascendiendo antes alguna vez a Peña Negra, que está al lado y casi a la misma altura.
El repecho final para llegar hasta el pico de Peña Trevinca es el más duro, casi vertical. La sensación al coronarlo es indescriptible. Domingo me dice siempre que allí en lo alto, oteando las otras montañas de los alrededores, se siente el rey del mundo.
Casi siempre nos hemos encontrado con otros grupos que habían ascendido hasta la cumbre por otras vertientes. En una ocasión, un hombre de 78 años, descansaba en la cima y fumaba un puro para celebrarlo. Nos dijo que lo hacía siempre, ya había subido muchas otras veces, porque la sensación placentera que notaba allí arriba, lo merecía.
Y siempre recuerdo, cuando hago esta maravillosa subida a Peña Trevinca, las palabras de un amigo médico cazador, ya fallecido, que adoraba los montes de Porto y repetía que solo allí puedes disfrutar de las tres eses: el sol, la soledad y el silencio.
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