¿POR QUÉ LA GENTE NO ESCUCHA LOS CONSEJOS SANITARIOS?

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¿POR QUÉ LA GENTE NO ESCUCHA LOS CONSEJOS SANITARIOS?

Desde el pasado día 1 de julio todos los pubs de Inglaterra están obligados por ley, a habilitar zonas de no fumadores. Esta ley se aplicará en restaurantes, oficinas e incluso coches de empresa siempre que los utilicen más de una persona.

Los fumadores británicos están pasando por momentos complicados. En las demás partes del Reino Unido ya han prohibido fumar en casi todos los lugares públicos cerrados y las leyes antitabaco, con diferentes grados de prohibición, se han impuesto en la mayoría de países de la Unión Europea. El fumador acaba de terminar un viaje que empezó en un status de glamour y que ha acabado en uno vergonzoso, habiendo pasado por etapas de gran tolerancia y siendo considerado finalmente un sospechoso habitual cualquiera.

Michael Marmot, profesor de Epidemiología en el University College de Londres, recuerda que durante su paso por la carrera de medicina, en los años sesenta, sus profesores le preguntaban: “¿Cómo vamos a hablarle a la gente de los peligros que conlleva fumar? Sabe usted de sobra que nadie renunciará a su vicio”. Y se equivocaban. Muchos fumadores ya han hecho caso de los mensajes sanitarios y lo han dejado. En los años cincuenta, dos terceras partes de los varones ingleses eran fumadores y fumaban en cualquier lugar. Ahora solo fuman uno de cada cuatro y en la mayoría de lugares públicos cerrados está prohibido desde hace años por iniciativa propia del local.

Menos recursos, más fumadores

Sin embargo, detrás de este gran éxito sociosanitario existe una historia más oscura. Los pobres tienen muchas más probabilidades de fumar que los ricos. Esto es algo que ha cambiado desde los años cincuenta, ya que entonces patrones y trabajadores fumaban de la misma forma. Hoy solo fuman el 15 por ciento de los varones pertenecientes a las clases profesionales más altas.; sin embargo entre los trabajadores no especializados el porcentaje asciende hasta el 42 por ciento. Y eso a pesar incluso de los altos impuestos con que se graba el tabaco (una cajetilla de 20 cigarrillos cuesta alrededor de 5 libras –más de 7 euros- y tres cuartas partes van para hacer frente a los impuestos). También es reseñable que el 55 por ciento de las madres solteras en paro fumen. Además, las cifras que conciernen a las personas sin techo son aún más altas; y entre los consumidores de drogas duras el porcentaje es prácticamente del cien por cien. El mensaje de “fumar mata” ya ha sido escuchado, pero parece ser que no lo suficiente.

La sociedad ha conseguido cierto control de otros grandes asesinos en el pasado: la miseria, la inclemencia del tiempo o el acceso de las clases más desfavorecidas a los cuidados sanitarios. Los gobiernos de todo el mundo desarrollado están volviendo su atención hacia enfermedades que en la mayoría de los casos se derivan de la forma en la que los individuos eligen como vivir. Sin embargo, la sordera siempre la sufren las personas que más necesitan cambiar estos modos de vida poco saludables. Cuanto más abajo esté una persona en cualquier ámbito –trabajo, ingresos, educación o su propio entorno- más probable resulta que sean obesas, poco saludables y que beban demasiado.

Esto hace que los gobiernos griten cada vez más fuerte intentando hacerse escuchar, y una cosa está clara: en ningún lugar se hace con tanto empeño como en el Reino Unido. Una de las razones del fracaso de estas advertencias es que las clases sociales tienen diferencias que están más acusadas que en la mayoría de los países ricos. Las distribución de los ingresos es demasiado desigual, algo que también ocurre con el desempleo, con los problemas afectivos y con el nivel de educación. Todos éstos son problemas que se van aumentando por las diferencias entre clases sociales.

Otras de las razones del fracaso es la frustración por la que pasan algunos gobernantes adictos a cumplir ciertos objetivos y que a menudo se ofuscan intentando hacer desaparecer un problema sin tratar de mejorar las desigualdades que lo provocan.

Una tercera razón es que el Servicio Nacional de Salud (NHS) es gratis para el paciente y este paga los platos rotos de todos aquellos que deben su mala salud a sí mismos: los costes están empezando a crecer de forma alarmante.

La prohibición de fumar es uno de los ejemplos del excesivo afán que le ponen los gobiernos. Muchos de los lugares que se protegen en la ley ya estaban libres de humo, las iglesias por ejemplo, pero ahora todos estos lugares deben mostrar los carteles en los que se especifica la prohibición e incluso advertir de las penas más altas a las que se enfrentan los que enciendan un cigarrillo. Aquellos que se salten la ley tendrán que hacer frente a multas que oscilan entre las 200 y las 1.000 libras.

El excesivo empeño que ponen las autoridades para hacer que se cumplan estas leyes puede ser injustificado e incluso contraproducente. No hay razón para creer que los que han ignorado las buenas formas en el pasado van a escuchar ahora los gritos. La mayoría de los fumadores que ya se comportan ahora de forma correcta se enfadarán y se sentirán perseguidos, y también se podrían minar todas las declaraciones del gobierno en materia de salud porque la gente no se fiará de una política en la que la salud se cuide por medio de la imposición de sanciones.

Esta intimidación también puede estar haciendo que nos desviemos de la razón principal del problema. Según Marmot, que cita investigaciones llevadas a cabo en grupos tan diversos como el de unos babuinos en cautiverio, uno de los funcionarios u otro de los británicos denominados al Oscar, las tasas más altas de mala salud entre los que pasan más dificultades a lo largo de sus vidas pueden atribuirse a lo que él llama “síndrome del estatus”. Las personas con una posición de privilegio piensan que su esfuerzo para mantener una buena salud merece la pena y esta forma de pensar hace que tengan una gran fuerza de voluntad.

En definitiva, llevar una vida acomodada en posiciones sociales más altas protege la salud de las personas, aunque Marmot tampoco cree que sirva solo con eso para qué se reduzca su propensión a arriesgarse en materia de salud; también pueden pagarse ciertos cambios químicos en sus cuerpos que les protegen contra las enfermedades.

Todo esto nos sirve para reflexionar sobre si no sería más sencillo mejorar la salud de una persona debilitando las conexiones entre su posición social y su salud que persiguiendo un determinado tipo de comportamiento directamente.

Algunos expertos ya hablan de la forma de cambiar determinados ambientes donde las opciones menos saludables son las que más a mano tienen los consumidores, sobre todo para aquellos sin tiempo ni dinero para buscar mejores opciones; hoy por hoy, muchos solo tienen supermercados atiborrados de comida preparada, happy hours en los bares y calles y carreteras demasiados peligrosas como para que los niños puedan ir andando al colegio. Otros expertos hablan de cohesión social, de apoyar a las familias y mejorar la educación. Estas son algunas de las más grandes tareas que se anuncian en las campañas de los mandamases; pero sería de agradecer que fuesen más eficaces y que pusieran algo menos de ímpetu en advertir a la población de sus malos y poco saludables hábitos.

The Economist/Diario Médico

2017-01-23T11:18:24+00:00 01 / 01 / 2017|Actualidad|