LA ANTIMEDICINA DE IVÁN ILLICH

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LA ANTIMEDICINA DE IVÁN ILLICH

(Artículo publicado en la revista TRIUNFO allá por la década de los 70 con motivo de la aparición de su libro ”Némesis Medica”, que considero aún hoy de enorme interés para los que no lo hayan leído)

Por Dr. J. A. Valtueña

Iván Illich es, a mí entender, uno de los pensadores más eminentes de nuestra época, que ha tenido la virtud de poner en solfa las tres instituciones más discutidas y más necesitadas de reformas de los tiempos actuales: la Iglesia, la enseñanza y la medicina. Iván Illich nació en Viena y cursó sus estudios en la Universidad gregoriana de Roma antes de ejercer funciones sacerdotales en Nueva York y de enseñar en la Universidad de Puerto Rico. Pero solo después de fundar el Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca (México), comenzó a ser conocido como apóstol de nuevas ideas e iconoclasta impecable de instituciones de sólida reputación.

    En lo que se refiere a la medicina, la idea central de Iván Illich es que ésta ha alcanzado una fase en la que ya no se cura, sino que, por medio de sus potentes medios de diagnóstico y terapéutica contribuye a enfermar a la población o por lo menos a hacerla profundamente dependiente de ella. La medicina ha “expropiado” la salud y ha creado el mito de que podía terminar con el sufrimiento y la enfermedad y retardar cada vez más la muerte, pero no ha sostenido sus promesas. Según Iván Illich: “La evolución de la morbilidad indica que en los últimos cien años, la influencia de los médicos sobre las enfermedades no ha sido mayor que la de los sacerdotes en los milenios anteriores. Las enfermedades vienen y van, bajo las imprecaciones de los médicos y sacerdotes y ante su impotencia. Los ritos que se llevan a cabo en las clínicas médicas no son más eficaces que los exorcismos practicados antiguamente en las iglesias”.

Las ideas centrales del irrespetuoso censor de la medicina son las siguientes:

    El desarrollo económico y social influye más en la salud que la medicina. Afirma Iván Illich que las grandes endemias –la peste y el cólera, por ejemplo- desaparecieron cuando todavía se carecía de un tratamiento eficaz contra las mismas y que lo importante en esos progresos no ha sido la acción del médico, sino la del desarrollo económico y social. Esa afirmación no es totalmente infundada; por ejemplo, en Nueva York, en 1812, la tasa de mortalidad por tuberculosis era de 700 por 100.000 y había descendido ya a 370 en 1882, cuando Roberto Koch cultivó y tiñó el bacilo que lleva su nombre; esa tasa siguió bajando para llegar a 180 cuando en 1910 se abrió el primer sanatorio antituberculoso en los Estados Unidos. Ello nos indica que la morbilidad tuberculosa había quedado reducida a menos de la mitad antes de que se dispusiera de una terapéutica mínimamente eficaz. Tomemos otro caso: el estudio de la tasa de mortalidad combinada por escarlatina, difteria y tos ferina en los niños menores de quince años entre 1860 y 1965 muestra que el 90 por 100 de la reducción total obtenida en ese periodo se produjo antes de que se generalizara el empleo de los antibióticos y de la vacunación.

    Yatrogénesis social. En nuestras sociedades industrializadas, en las que se ha instaurado como dioses el Progreso Técnico y el Dinero, son muchos los que, dentro y fuera de la medicina, pregonan los beneficios incalculables de la tecnología médica. Sin embargo, la aparente posibilidad de mejorar constantemente la salud trae consigo varios efectos nocivos: 1) crea una demanda insaciable y mal informada de servicios médicos; 2) impulsa la creencia de que basta gastar más dinero en servicios médicos para lograr una población más sana, y 3) provoca una dependencia hacia el sistema médico de modo que las gentes quieren que les resuelva cualquier problema que pueda surgir entre la cuna y la tumba.
Así, el embarazo ha dejado de ser una manifestación de la salud para ser un estado en el que la “paciente” es sometida a la medicalización más absoluta: los partos son provocados para que el niño nazca de noche, la episiotomía es en muchas maternidades un método de rutina y el biberón es un símbolo de nivel social.
La vejez ha dejado de ser un fenómeno normal y ha sido también englobada por la medicina, que ha creado para ese menester la geriatría. Nada más penoso que visitar un hospital geriátrico, en donde ancianos separados  de su medio familiar son sometidos a costosas y peligrosas exploraciones y a tratamientos, cuya utilidad está pocas veces probada.
Morir en paz es ya un proceso anticuado. La medicina toma al moribundo y le introduce sondas y catéteres para hacerle vivir unas semanas o unos meses más y prologar a menudo sus sufrimientos.
La medicina es incapaz de curar las enfermedades cardiovasculares, la cirrosis hepática y la mayoría de los cánceres y de los reumatismos. Ante esa ineptitud, y con el deseo de medicalizar a toda la población, ha instituido el “chequeo” y así incluso el sano ha quedado convertido en paciente. Está perfectamente demostrado que esos exámenes sistemáticos no prolongan la esperanza de vida de la población, y en realidad transforman a las personas sanas en individuos llenos de ansiedad.

    Aumento acelerado del gasto médico. En los Estados Unidos, país en el que se han centrado los estudios de Iván Illich, el aumento del costo de la vida en veinte años ha sido del 74 por 100, mientras que la elevación del costo de la asistencia médica ha alcanzado en el mismo periodo el 330 por 100. En el mismo país, los gastos en salud eran de 39.000 millones de dólares en 1965 y de 94.000 millones en 1973, sin que en ese periodo haya disminuido la mortalidad ni la morbilidad registrada, y más bien con una tendencia al aumento de ésta. El presupuesto médico-farmacéutico ocupa en la mayoría de los países occidentales el segundo o el tercer lugar, precedido solo por el presupuesto militar y por el consagrado a la educación. En nuestro país se ha calculado que, si prosigue la tendencia actual, el presupuesto del Instituto Nacional de Previsión será en 1980 de un millón de millones de pesetas.
No cabe duda de que los gobiernos deberían frenar ese aumento y, sobre todo, analizar el gasto médico desde el punto de vista de su rentabilidad en salud. Medidas tales como la higiene odontológica en las escuelas, la fluoración del agua para eliminar la caries y la educación de los adolescentes en lo que se refiere a los riesgos del tabaco son mucho más útiles para la salud general que la construcción de costosos hospitales, equipados con los últimos adelantos de la tecnología médica.
Habrá que revisar la propia formación del médico. Iván Illich llega hasta a proponer el cierre de la mitad de las Facultades de Medicina, considerando que la enseñanza de la higiene a la población y la prestación de asistencia por personal auxiliar suele contactar mejor con el paciente, es preferible a la costosa formación de médicos que, en la generalidad de los casos, solo aplican en el ejercicio cotidiano de su profesión la mitad de los conocimientos que han adquirido en el curso de sus estudios.

OBJECCIONES A IVÁN ILLICH

    Este feroz adversario de la medicina occidental tiene al menos el mérito de decir en voz alta lo que muchos no se atrevían a decir en voz baja. Sus críticas llegan en un momento oportuno, en el que quizá todavía pueda frenarse la naciente medicalización de la vida que hoy presenciamos. Al oírle y leerle se tiene, no obstante, la ligera impresión de estar quizá ante un producto de la sociedad de consumo, que ésta airea con perfecta regularidad para tranquilizar su conciencia.
¿No es paradójico que Iván Illich se dirija al público desde las instituciones más profundamente ancladas en el “sistema”? En su reciente paso por Suiza ha intervenido en Davos, en un seminario organizado por el Instituto Gottlieb-Duttweiler, dependiente de la poderosísima empresa de supermercados Migros, en la Escuela Internacional de Ginebra y en la Organización Mundial de la Salud. En los tres lugares se le ha escuchado con atención, pero al mismo tiempo con la tranquila seguridad de las personas que se creen en posesión de la verdad y que aceptan que se les moleste siempre que las molestias no sean excesivas.
Cuando Illich critica la medicina o la enseñanza, lo hace con frases e ideas muy certeras, pero no llega al fondo de la cuestión, pues no hay que olvidar que, por importantes que sean esos dos sectores de la sociedad, forman parte integrante de un conjunto más amplio y, en definitiva, sólo modificando éste se arreglarán de paso todos los elementos que lo componen.
No hay que olvidar que la medicina trata de paliar la desventurada situación del hombre industrializado tanto del Este como del Oeste. El hombre ha tenido la desgracia de creer en el mito del progreso constante y en pensar que más automóviles, más televisores y más autopistas significaban mayor felicidad, cuando en realidad lo que están significando es más insomnio, más ansiedad, más úlceras de estómago y más hipertensión. Ante esa situación, la sociedad industrializada ha acudido a la medicina para que esta solucione el problema y para que prescriba incansablemente ansiolíticos, hipnóticos, atarácticos y otros activos medicamentos psicotrópicos.
La medicalización de la sociedad no es más que el resultado inexorable de la artificialización de la vida. El hombre se ha alejado de todo lo natural y, como consecuencia inexorable, no busca el remedio a sus males en si mismo, sino en los oscuros poderes de la magia, representados hoy en gran parte por la medicina y sus sacerdotes, sus médicos.
Otro fallo importante de las ideas de Iván Illich es la excesiva importancia que concede a las experiencias y los datos procedentes de los Estados Unidos. Cierto es que la mayoría de los países, inclusive los de la Europa del Este, siguen en muchos aspectos el modelo americano, pero no es menos cierto que, sin duda a acusa de la enorme diferencia de los recursos disponible, la gran mayoría nunca llegarán al despilfarro de medios que hasta la crisis económica actual era común en los Estados Unidos.
No habiendo alcanzado un tal predominio de la técnica sobre el hombre, España se encuentra en excelentes condiciones para evitar las exageraciones de la medicina que motivan hoy tan justas críticas. Me pregunto, no obstante, si la orientación en el mal sentido ya iniciada podrá invertirse, y si todavía los médicos, sus dirigentes y, sobre todo, el público en general, podrán comprender que las instituciones supertecnológicas ejercen menos influencia en la salud de la población que una sencilla campaña en la que  unos equipos de enfermeras van por las escueles enseñando a los niños a cepillarse los dientes.

2017-01-23T13:01:01+00:00 01 / 01 / 2017|Meditar|