En recuerdo de Alfonso Castro Beiras
(Para su hermano, mi amigo)
«La inteligencia y el sentido común se abren paso con pocos artificios» (Goethe)
Un día después de la muerte de tu hermano, el doctor Sánchez Salorio, amigo de tu hermano y también profesor de Oftalmología de él y nuestro durante la carrera, le dedicaba un artículo entrañable e insuperable. Imagino que ya lo habrás leído. Resaltaba de tu hermano, además de otras muchas cualidades, que había sido la persona más inteligente que había conocido a lo largo de su vida.
Cuando al mediodía del lunes 8 de febrero me llamó un amigo de La Coruña para darme la noticia, se me vino a la cabeza todo lo relacionado con nuestra amistad de hace tantos años.
Comencé recordando los días que fui a tu casa, cerca de la Plaza Roja de Santiago, cuando estábamos en los primeros cursos de Medicina y regresábamos de algún viaje a Quilmas, la aldea donde vivía con mis padres. Tu madre nos preparaba unos filetes riquísimos. Por aquellas fechas no recuerdo haber visto a tu hermano, ni en tu casa ni fuera. Incluso creo que no lo conocí mientras estudiamos la carrera, que él debió terminar el mismo año que nosotros la iniciábamos o un año antes. Si supe que a él, lo mismo que a ti después, le fue concedido el premio extraordinario al finalizar la carrera.
En los setenta, cuando hacía la especialidad en el Hospital Valdecilla de Santander, fue cuando oí hablar mucho y bien de él a médicos especialistas que habían hecho la especialidad con tu hermano en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid. Comentaban que él y el doctor Sánchez Guisande, este había hecho allí la especialidad de Nefrología, también nacido en Santiago de Compostela como tu hermano, eran probablemente los dos mejores médicos residentes de este famoso hospital madrileño. ¡Cuánto me alegraba escuchar esto de tu hermano!
Creo que Alfonso se fue a La Coruña en 1977, un año antes de irme de Santander a Orense. Pocos años después estuve en su casa y cenamos juntos en Arteixo. Era fácil darse cuenta, al estar un rato con él, que el profesor Sánchez Salorio tiene toda la razón cuando se refiere y ensalza su inteligencia. Y quien lo dice, este famoso catedrático, es también muy inteligente, y un fino conversador y relator de anécdotas. No sé si recuerdas cuando nos ponía en una clase la foto o diapositiva -no sé si en los setenta ya había diapositivas- de un paisano que había acudido a la consulta del hospital con un tumor en el párpado que ya le llegaba a la nuca y al preguntarle él porque había acudido tan tarde al médico, el paisano le respondió: «Mientras esto iba creciendo para el monte no me preocupé; empecé a preocuparme cuando comenzó a crecer para el labradío» (se refería al ojo).
Ya en La Coruña, dirigió el Servicio de Cardiología del Hospital Juan Canalejo y consiguió, como bien sabes, que fuese uno de los preferidos por los médicos de toda España que sacaban las mejores notas en el examen MIR y querían hacer esta especialidad.
A tu hermano Alfonso le ofrecieron, en más de una ocasión probablemente, ser Conselleiro de Sanidade de la Xunta de Galicia y no aceptó. Siempre se dice que los profesionales excelentes como tu hermano nunca aceptan cargos políticos porque les encanta su profesión y porque además ganarían menos dinero, y es una pena que sea así. Imagínate a personas como Alfonso o como otros excelentes profesionales -Pablo Isla, presidente de Inditex, por ejemplo- de ministros de Sanidad y Economía. Qué diferencia con la mayor parte de los políticos existentes de nuestro país, ¡tan mediocres!
Todos los políticos gallegos deseaban y le ofrecían su amistad. Esto probablemente tuvo que ver con haber conseguido para su hospital, creo que en los ochenta del pasado siglo, una de las mejores Unidades de Hemodinámica del país. Por su amistad con Paco Vázquez, Alcalde de La Coruña en aquel momento, y la de este con Alfonso Guerra, vicepresidente del gobierno español, fue adquirida e instalada en el Hospital Juan Canalejo. Y cuando digo los políticos, hablo de los políticos de todos los partidos. Por eso un amigo neumólogo, ya fallecido también, le llamaba cariñosamente, y posiblemente también celosamente, “el corcho”, porque decía que era imposible hundirlo, ya que siempre salía a flote dirigiese quien dirigiese el hospital. Ya sabes que aquí en Galicia sucede como en Madrid, donde trabajas, que al cambiar el color de los políticos que gobiernan la comunidad autónoma cambian también los directores de los hospitales. Y a tu hermano siempre le respetaron todos, fuesen nombrados por el partido político que fuese, porque sabían que debían hacerlo pensando en su futuro. Una de las veces que cené con él me dijo que no había que luchar contra las fuerzas sino usarlas.
Pero, además de su enorme inteligencia, tenía otras cualidades que tú conoces tan bien o mejor que yo. Era uno de los mejores comunicadores que he conocido. Sus conferencias, fuesen sobre lo que fuesen, eran siempre muy elogiadas por el público asistente. Recuerdo las que dio en el hospital de Orense. Hasta el bedel que atendía el aparato de diapositivas salía encantado y no cerraba los ojos un momento durante su charla como hacía frecuentemente con otros conferenciantes. ¡Qué forma de seleccionar las frases de algún personaje importante de la provincia donde daba la charla! En Orense le oí citar una frase maravillosa del padre Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro que no soy capaz de recordar, pero que busqué en aquel momento en un libro con las obras completas de este eminente orensano del siglo XVII y no la encontré. Hasta llegué a pensar si la frase que atribuyó al padre Feijoo no sería suya. Y otra de San Agustín sobre el tiempo, cuando vino a defender la creación de servicios de especialidades médicas, que estaban englobadas aún en el de Medicina Interna: “el pasado ya no es y el futuro no es todavía”. ¡Y que diplomático con todo el mundo, también con Pepiño, el bedel de las diapositivas, que después siempre me comentaba lo sencillo que era tu hermano!
Otra cualidad, no menos importante, era la confianza que transmitía a los enfermos. Una condición fundamental, que pocos médicos poseen. Cuando mi padre estuvo hospitalizado en Cardiología, bastaba con su llegada y preguntarle cómo se encontraba para que mi padre se sintiese mejor.
Nunca levantaba la voz. No le hacía falta. Recuerdo cuando me enseñó la Unidad de Hemodinámica. El jefe de esa Unidad, dependiente del Servicio de Cardiología que él dirigía, había estudiado con nosotros dos. Era un buen profesional, pero tu hermano me dio a entender que no le gustaba porque era algo problemático, protestaba y se quejaba mucho. A él, que nunca levantaba la voz, no le gustaba la gente que lo hacía. Poco después supe que este compañero nuestro de la carrera trabajaba en la Unidad de Hemodinámica de otro hospital gallego.
La enfermedad crónica de las articulaciones le causaba intenso dolor con frecuencia y le hacía caminar algo agachado. Me dijo un día, sonriendo, que cuando veía enfrente por el pasillo del hospital a algún médico que él sabía que no le quería bien, se agachaba aún más para que el otro disfrutase.
No tengo ninguna duda que en la excelencia de tu hermano, y en la tuya, tuvo mucho que ver tu madre. Viuda, y posiblemente con dificultades económicas en aquellos años, logró que sus dos hijos, merecidamente becados en sus estudios, finalizasen Medicina los dos con premio extraordinario. Era muy inteligente. ¡Y estaba tan orgullosa de los dos! No me extraña. A tu hermano y a ti nadie os regaló nada. Lo conseguisteis todo por vuestro inmenso mérito y por la buena cabeza de tu madre. Chanel -siempre te llamé así, aunque veo que otros dicen Chenel-, déjame que le dedique a ella y a tu hermano esta maravillosa frase de Confucio: «Aquel que gobierna por medio de su excelencia moral puede compararse a la estrella polar, que permanece en su sitio en tanto todas las demás estrellas se inclinan ante ella».
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