Los que más presumen

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Los que más presumen

“El que no se atreve a ser inteligente, se hace político” (Enrique Jardiel Poncela)

    Aún no hace mucho escribí en mi blog sobre los que presumen, para referirme a dos personas conocidas, y los dos ejemplos que puse corroboraban lo dicho por Baltasar Gracián: “el primer paso de la ignorancia es presumir de saber”.
Vuelvo a hacerlo de nuevo después de leer a Luís María Anson, un periodista ya entrado en años pero que escribe como los ángeles, como diría él, y que demuestra mucha más sabiduría en lo que dice que muchos de los jóvenes articulistas de diarios españoles.
El artículo al que me refiero lo titulaba “La España asqueada”. Lo publicó en El Mundo el 23 de julio de 2015 y está trascrito íntegramente al final. Este párrafo sobre los políticos españoles es tan real y está tan bien escrito que me veo en la obligación de copiarlo de nuevo: “Está claro que es indispensable cercenar de raíz su voracidad económica, su tendencia incontinente al derroche, su insufrible altanería, su soberbia y arrogancia. Un político en candelero, de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando ve un relámpago cree que Dios le está haciendo una fotografía”.
Lo de presumir no solo se da entre los políticos. Mire sino a deportistas, periodistas, jueces y muchos otros profesionales. Y mire, también, a los que menos tendrían de que presumir. A esos que están todos los días en las revistas del corazón y en los programas de TV de la misma categoría. Mire adonde mire, los más presumidos no suelen ser los mejores, sino los que casan más bien con el sabio refrán popular: “dime de (lo) que presumes y te diré de (lo) que careces”.
Los mejores no presumen, no les hace falta. Mire sino a Amancio Ortega, Bill Gates, Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google,… O a tantos y tantos buenos trabajadores y profesionales de nuestro país que nadie conoce.
Sin embargo, todos conocemos a tantos y tantos presumidos que salen todos los días en los programas del corazón o en las tertulias de TV, en la radio y en periódicos. Y lo peor, ¡cuántos malgastan su tiempo oyéndoles decir bobadas!
Pero me voy a referir únicamente a los políticos. Todos hemos visto miles de veces la cara de Artur Mas en la TV y en los periódicos, y no sé si presume o solo lo parece por “la idiocia de su insufrible sonrisa”, como la describía Luis María Anson hace poco en otro de sus artículos.
Pero no es el único. Siempre me ha llamado la atención el engreimiento y la chulería de la mayoría, y lo mismo en los políticos locales que en los provinciales, autonómicos o estatales. No quiero poner más nombres. No hace falta. Solo repare en los que haya visto o conozca, y seguro que estará de acuerdo conmigo.
Me acuerdo ahora mismo de un gallego que llegó a ministro. Su formación era escasa pero viéndolo y oyéndolo hablar parecía como si se creyera un Premio Nobel. No habla con tanta altanería el famoso Mario Vargas Llosa. Y de otro, también gallego, con un cargo elevado en el Ministerio del Interior ahora, que, sin hablar, uno puede adivinar el engolamiento que lleva en su cabeza siempre muy bien peinada.
Pero nosotros los hemos elegido, y los comentarios tan acertados de Luís María Anson, en mi opinión, se podrían aplicar a muchos otros españoles si les diesen esos mismos puestos, como a ellos, sin merecimiento alguno. Además, los ciudadanos somos los principales responsables de que esto haya sido y sea así por haberlos reverenciado sin merecerlo, muchas veces con el único objetivo de obtener enchufes o sinecuras. Han salido de entre nosotros, muchos no han hecho una sola cosa de valor en su vida, pero ahí están para siempre, y muy bien gratificados por ellos mismos.
Y los que vengan seguirán presumiendo también de lo que carecen por nuestra culpa, por haberlos encumbrado, porque somos así, parecidos o lo mismo que ellos.

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CANELA FINA

La España asqueada

El españolito que paga impuestos casi confiscatorios se levanta un día con el escándalo Gürtel. A la semana siguiente le despierta el estruendo andaluz de los eres. Un mes después se solivianta con el caso Bárcenas. En la jornada posterior se queda estupefacto ante el latrocinio de los cursos de formación. Después le azota el asunto Liceo, la escandalera de la familia Pujol, los dineros que cobran del chavismo o de Irán algunos dirigentes de Podemos.
No se salva casi nadie, ni el Partido Popular ni el PSOE ni Convergència ni Comisiones Obreras ni UGT. La voracidad de nuestra encanecida clase política y de la casta sindical carece de límites y arranca a mordiscos los más suculentos pedazos de la tarta nacional. Cuando aparecen nuevos partidos, la sabiduría popular los define sin vacilar, como en la pancarta exhibida en Sevilla: «Ciudadanos y Podemos, bonitos motes, nuevos grupos que intentan chupar del bote».
La ciudadanía está de acuerdo en pagar impuestos justos. No está de acuerdo con el abuso fiscal que obliga, cada año, a dedicar los seis primeros meses de trabajo a engordar las alcancías de Hacienda. Al margen del renglón de las corruptelas, una parte sustancial de la recaudación se dedica a sufragar el despilfarro de los partidos políticos y las centrales sindicales que gastan como nuevos ricos. Con el dinero público, a casi todos se les hace el culo champán domperignon. En 1977, los españoles pagaban 700.000 funcionarios. En el año 2011 esa cifra se había elevado a 3.200.000. Un parte sustancial de los empleados públicos en las cuatro Administraciones –la estatal, la autonómica, la provincial, la municipal– están elegidos a dedo por los partidos políticos y los sindicatos que se han convertido en agencias de colocación para enchufar a parientes, amiguetes y paniaguados. Hasta el Tribunal de Cuentas, al que corresponde fiscalizar los gastos, se ha convertido en la apoteosis del nepotismo.
Y no, no se trata de destruir los partidos políticos y los sindicatos. Se trata de regenerarlos y democratizarlos, para desterrar definitivamente la vergüenza de la corrupción y el escándalo del despilfarro económico. España está asqueada, profundamente asqueada. A los españoles les produce un asco indeclinable la sociedad tábida en la que viven.
Conviene no perder el sentido de la realidad si queremos mantener una nación próspera y estable. Los sindicatos son imprescindibles en una sociedad democrática. Hay que reconducirlos, no despedazarlos. Lo mismo ocurre con los partidos políticos, instrumentos claves en una democracia pluralista plena. Está claro que es indispensable cercenar de raíz su voracidad económica, su tendencia incontinente al derroche, su insufrible altanería, su soberbia y arrogancia. Un político en candelero, de cuyo nombre no quiero acordarme, cuando ve un relámpago cree que Dios le está haciendo una fotografía. Conviene no olvidar que durante la primera mitad del siglo pasado, la reacción frente a los abusos de los partidos condujo al fascismo en Italia, al comunismo en Rusia, al nazismo en Alemania, al franquismo en España, al salazarismo en Portugal… Los partidos políticos requieren una profunda regeneración. Son, en todo caso, imprescindibles para articular la democracia y la libertad.

Luis María Anson, de la Real Academia Española

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2017-01-23T15:47:17+00:00 01 / 01 / 2015|Opinión|