“No pretendamos que las cosas cambien si siempre seguimos haciendo lo mismo” (Albert Einstein)
Antes, en la década de los 80 y primera mitad de los 90, cuando llegaba el frío del invierno muchos enfermos ingresaban en los pasillos de las salas de los hospitales. Era una enorme sobrecarga de trabajo para las enfermeras y una pérdida de la intimidad para los pacientes, al estar expuestos a la vista de los familiares de otros enfermos. El aseo personal tenían que hacerlo en los baños de las habitaciones de los otros pacientes. Las protestas de los médicos a las direcciones hospitalarias eran diarias.
Ahora, treinta años después, sigue llegando el frío del invierno, pero los pacientes han desaparecido de los pasillos de las áreas de hospitalización. Están hacinados en grandes salas que dependen de los servicios de urgencias, esperando que queden camas desocupadas en las habitaciones de hospitalización.
Todos los años sucede lo mismo. Siempre llega el invierno, con el invierno aparece el frío, con el frío aumentan las infecciones respiratorias, estas agravan a los enfermos respiratorios crónicos, y estos saturan los servicios de urgencias hospitalarios. El frío del invierno, las infecciones respiratorias y las agudizaciones de los pacientes respiratorios crónicos no parece posible poder evitarlos, al menos por el momento, pero, ¿se puede hacer algo para impedir la acumulación de enfermos en los servicios de urgencias esperando por camas en las salas de hospitalización?
Es un problema complejo y de difícil solución. Otras empresas de servicios estarían felices con la aglomeración de clientes, como lo están los grandes almacenes cuando llegan las rebajas. Pero en los hospitales de nuestro país, también grandes empresas públicas de servicios, no rigen las normas de las empresas privadas eficientes. Los que conocen los hospitales públicos españoles entienden muy bien a lo que me refiero.
Algunas acciones tal vez podrían ayudar, al menos parcialmente, a resolver este problema: 1) Vincular a los mejores clínicos de las especialidades que sobrecargan la asistencia en los servicios de urgencias como consultores durante la época de frío, para evitar hospitalizaciones innecesarias; 2) dedicar más personal sanitario especializado al cuidado de los pacientes agudos durante este periodo en los servicios implicados. Cuesta entender que haya tantos médicos especialistas en las consultas externas, dedicados a recomendar a los enfermos estables que “continúen con el mismo tratamiento y que vuelvan en tres o seis meses”, y simultáneamente los enfermos agudos de esas mismas especialidades sean atendidos por médicos no especialistas; tampoco se entiende que no haya aún especialidades en enfermería como en otros países; 3) mejorar, si cabe, la eficiencia de los servicios generales como radiodiagnóstico y anatomía patológica para disminuir el tiempo de las estancias de los enfermos hospitalizados; 4) adecuar el número de profesionales sanitarios a la carga de trabajo durante el año. No parece lógico que el número de profesionales sanitarios en el hospital sea el mismo en las épocas de frío que en meses más cálidos; 5) buscar fórmulas para que los ingresos en las salas de hospitalización estén bien justificados y los hagan los médicos de la especialidad que después se encarguen del cuidado de los pacientes. Ya que no hay “pagador” de la asistencia sanitaria que examine los motivos de las hospitalizaciones ni la duración de las mismas, deberían hacerlo las direcciones médicas y los responsables de las distintas especialidades; 6) aumentar el número de pacientes hospitalizados en el domicilio durante este periodo, dedicando un número mayor de médicos y enfermeras especializados en trastornos respiratorios; 5) negociar con los hospitales privados para que los asegurados puedan acudir directamente a sus servicios de urgencias sin necesidad de pasar antes por los hospitales públicos, y 6) mejorar la educación sanitaria de la población. En Holanda, un país más rico y ahorrador que el nuestro, y el situado en el primer lugar de la asistencia sanitaria en los estados europeos, personas con gripe no acuden al médico, se tratan ellos mismos en su domicilio con antipiréticos.
Fuera de este periodo, durante todo el año, algunas otras cosas deberían cambiar para mejorar el funcionamiento de los hospitales públicos. Que los directores, jefes de servicio y supervisoras de enfermería sean elegidos y retribuidos únicamente por su capacitación profesional. Que estos últimos tengan un papel importante en la selección de los profesionales para sus áreas de trabajo. Que haya renovaciones periódicas de los contratos de todos los cargos directivos, y trabajadores sanitarios y no sanitarios. Que se retribuya a los profesionales sanitarios por la cantidad y calidad de trabajo realizado. Y que no haya diferencias en los salarios, con el mismo horario de trabajo, de los médicos que continúan trabajando en sus clínicas por las tardes con los que las dedican a otras actividades, como jugar al golf o pasear.
Sería interesante también que los responsables del funcionamiento de los hospitales públicos recordasen todos los días la frase de Einstein que figura más arriba, o la que decía no hace mucho nuestra célebre paisana Elena Ochoa: “Lo único constante es el cambio. Este es el motor que mueve a la familia Foster”.
(Modificado del artículo publicado en La Región el 2/1/2010)
www.clinicajoaquinlamela.com