JOAQUÍN LAMELA LÓPEZ. Médico Neumólogo
«Los doctores son hombres que prescriben medicinas que conocen poco, para curar enfermedades que conocen menos, en seres humanos de los que no saben nada» (Voltaire)
Me llama mucho la atención lo poco que los enfermos preguntan a los médicos sobre cuestiones relacionadas con los tratamientos que estos le han prescrito. Muchas veces, cuando les recomiendo a los pacientes que discutan más con el médico los detalles y los motivos del por qué tienen que hacer ese tratamiento determinado, muchos responden que no lo hacen por miedo, porque cuando lo han hecho al médico no le ha agradado.
Pienso que es un gran error que los enfermos no nos cuestionen más a los médicos acerca del diagnóstico que les hemos dado, si les hemos dado alguno, del por qué les solicitamos otras exploraciones diagnósticas, en el caso de que lo hagamos, y sobre los tratamientos que les prescribimos.
Cuando hacemos la historia clínica o entrevista a los enfermos y nos refieren que en el pasado han sido diagnosticados y tratados de otras enfermedades es excesivamente frecuente que no dispongan, porque nunca se lo hayan dado o porque lo hayan extraviado, de un informe médico escrito en el que figure el diagnóstico y las recomendaciones de tratamiento.
La enfermedad o enfermedades que padecen los pacientes les pertenecen exclusivamente a ellos; infelizmente, ellos son los únicos dueños de sus padecimientos. Y para ellos es primordial estar muy bien informados de lo que padecen, del porqué ese tratamiento y no otro para su enfermedad, sea cuál sea el grado de severidad de la misma, y del pronóstico. Además, las medicinas no son inocuas y la mayoría pueden tener efectos adversos, en algunos casos incluso muy graves.
Esto es lo que me decía hace poco el familiar de un enfermo que después de varios meses de diversos tratamientos con distintos antibióticos no había mejorado y le habían ocasionado efectos adversos gastrointestinales, “cuando le pregunté al médico que era lo que tenía mi familiar me contestó que él y otros médicos que le habían visto no tenían claro el diagnóstico y que hasta ahora no habían acertado con los distintos tratamientos realizados”. Y continuó, “nosotros hasta ahora cuando íbamos al médico no le cuestionábamos sobre el diagnóstico ni sobre el tratamiento porque siempre pensábamos que ustedes los médicos saben muy bien lo que hacen, y que nos recomiendan siempre el mejor tratamiento”.
Esto fue más o menos lo que le contesté o lo que debí haberle contestado, “aunque la actuación con su familiar haya sido correcta, otro u otros médicos distintos probablemente no hubiesen actuado lo mismo porque así como no hay dos personas ni dos enfermos iguales, tampoco hay dos médicos iguales; todos los médicos son distintos en vocación, inteligencia, conocimiento, sentido común, experiencia y disposición para el trabajo bien hecho. Unos saben hacer su trabajo mejor que otros y por eso los diagnósticos y tratamientos son más acertadas los de unos que los de otros. Cuando era niño veía que los marineros de la pequeña aldea, en la que tuve la suerte de crecer, que salían a pescar, cuando regresaban no traían todos las mismas cantidades de pescado y casi siempre eran los mismos los que más pescaban. Después comprendí que los que mejor lo hacían, los que más pescado capturaban, eran los que estaban encantados con su profesión, los que se levantaban más temprano y regresaban más tarde, los que pensaban o estudiaban más a que zonas debían dirigirse según las condiciones climáticas y otra serie de variables, los que arreglaban inmediatamente las roturas de las redes causadas por los peces grandes y adquirían más redes nuevas, y los que pasaban menos tiempo en el bar y se iban a la cama más temprano. Los buenos médicos, como los buenos marineros, disfrutan con su profesión, estudian detenidamente la mejor estrategia para diagnosticar a los pacientes con problemas complejos y después, cuando alcanzan un diagnóstico exacto, le informan al enfermo del trastorno que padece y del tratamiento que le prescriben de una manera que lo entienda, y además le entregan un informe escrito. Y cuando los buenos médicos no saben que enfermedad padece el enfermo no les avergüenza decírselo. Los buenos médicos, como los buenos marineros, continúan estudiando y formándose durante toda su vida porque piensan, como Antonio Machado, que hacer las cosas bien es mejor que hacerlas”.
Y continué, “lo mejor es estar siempre sano y no tener necesidad de acudir al médico, pero si necesitaran visitarlo de nuevo, antes de iniciar el tratamiento deben tener en cuenta que, tanto en la medicina pública como en la medicina privada, los médicos tenemos el deber de informarles de la enfermedad que padecen de una forma lo suficientemente clara para que lo entiendan, del por qué ese tratamiento y no otro, de los efectos beneficiosos esperados y de los posibles efectos secundarios del fármaco o fármacos que les recomendamos, y del pronóstico.”
En Estados Unidos, que como en casi todo también en la medicina están muchos años por delante, los enfermos preguntan al médico si ese medicamento que les recomienda es mejor que otros fármacos alternativos u otros tratamientos, si la información que les proporciona sobre el medicamento se basa en la facilitada por la compañía farmacéutica, si son los beneficios esperados mayores que los efectos adversos y el riesgo de interacción con otros medicamentos que esté tomando, y si pueden tomar otros medicamentos genéricos que sean más baratos. Marcia Angell, que fue editora jefe de The New England Journal of Medicine, la revista médica más prestigiosa, dice en su libro “La verdad acerca de la industria farmacéutica. Cómo nos engaña y que hacer al respecto” que el paciente debe considerar cambiar de médico si éste tiene relación financiera con la compañía farmacéutica, si está siendo pagado para recomendarle este fármaco y ponerle en un estudio de la compañía farmacéutica y si recibe regalos o encuentra tiempo para las visitas de los representantes de las compañías farmacéuticas. Y termina señalando, “usted (al enfermo) necesita conocer que las decisiones de su médico se basan solamente en lo que es mejor para usted. Y los médicos necesitan alejarse de su dependencia de las dádivas de las compañías farmacéuticas”.