LA MARGINALIZACIÓN CRECIENTE DE LOS FUMADORES

Inicio/Actualidad/LA MARGINALIZACIÓN CRECIENTE DE LOS FUMADORES

LA MARGINALIZACIÓN CRECIENTE DE LOS FUMADORES

LA MARGINALIZACIÓN CRECIENTE DE LOS FUMADORES

Uno de los grandes avances de las últimas tres décadas ha sido el continuo declive en la prevalencia del tabaquismo, que ahora se sitúa en al 19 por ciento de los adultos en Estados Unidos, frente al 57 por ciento de hombres fumadores en 1955 y el 34 por ciento de mujeres en 1965. El mérito de estas espectaculares reducciones se ha otorgado a intervenciones administrativas como el aumento del impuesto sobre el tabaco, las normativas para limitar los lugares donde se puede fumar, y las ayudas para los que quieren dejarlo. Estas intervenciones políticas son herramientas valiosas, pero no está claro como han conseguido tales resultados. En el último número del New England Journal of Medicine, Christakis y James  H. Fowler, de las universidades de Harvard y de California, respectivamente, que también dirigieron un análisis basado en el estudio del Corazón de Framingham que indicaba que los contactos sociales pueden ser un factor más importante en el desarrollo de la obesidad que los genes, informan de que familiares y amigos ejercen influencias poderosas en relación con el tabaco.

    Analizando datos de más de 12.000 personas durante un periodo de 32 años, los autores han encontrado una reducción en el consumo de tabaco que refleja el declive nacional. Así, en personas de entre 40 y 50 años la prevalencia se redujo del 66 al 22 por ciento. Es intrigante que hayan documentado cambios llamativos según la clase social de los fumadores. En 1971 los fumadores eran indistinguibles de los no fumadores en términos de integración en las redes sociales y alineados con otros fumadores. También observaron que los grupos de fumadores tendían a abandonar el hábito de modo conjunto y repentino más que por desgaste gradual.

    Los fumadores parecen influidos de modo diferente por el comportamiento ajeno. La cesación por parte de la esposa reducía la probabilidad de su marido a fumar en un 67 por ciento, la de un amigo influía en un 36 por ciento, y la de un hermano era del 25 por ciento. Los compañeros de trabajo solo influían en las empresas pequeñas, donde la cesación de un colega rendía un 34 por ciento de reducción en las probabilidades de dejarlo.

    La marginalización social era más probable que ocurriera entre fumadores con educación que ocurriera entre fumadores con educación elevada. La influencia de la esposa y la familia permanecía significativa, con independencia de si el pariente era un fumador moderado o empedernido, pero el influjo de los amigos se limitaba sólo a fumadores leves.

Contraste llamativo

¿Es tan asombroso que comportamientos relacionados con el tabaco y la comida estén influidos por amigos y parientes o qué los fumadores sean cada vez más marginados? La respuesta es sí y no. La progresiva limitación legal del tabaco en los países occidentales contrasta llamativamente con la consideración de esta substancia cuando comenzó el estudio Framangham en 1971. En California hay hasta ordenanzas locales contra el tabaco en parques públicos y playas, y en algunas comunidades de viviendas, y se ha propuesto prohibirlo en vehículos donde viajan niños. La creciente reacción contra él deriva de pruebas cada vez más claras que lo asocian con un montón de enfermedades y con una asombrosa carga de morbilidad y mortalidad.

    ¿Puede aplicarse este influjo social para limitar aún más el consumo de tabaco o se trata de tendencias sociales de más envergadura? Sería más fácil responder a estas preguntas si entendiéramos mejor las razones de las grandes disparidades sociales y regionales en la prevalencia del tabaco. Los habitantes de Kentucky, por ejemplo, fuman dos veces más que los de California; y del 25 al 43 por ciento de las personas con una educación no universitaria son fumadores, más que los universitarios (7 por ciento).

    Algunas empresas rechazan ahora contratar a fumadores. ¿Qué presagia estas tendencias para el éxito de los esfuerzos de cesación tabáquica en el futuro si los fumadores se ven acorralados en la periferia social rodeados de antiguos fumadores? ¿Será más difícil que abandonen porque están ocupando una isla social en la que el tabaco es todavía normal? ¿O son estas islas los últimos bastiones de los fumadores asediados por la creciente oleada del sentimiento antitabaco? Hoy hay muchas más herramientas para ayudar a los fumadores que en 1971, cuando incluso en los hospitales se permitía fumar y no había medicamentos de apoyo. Ahora, siete formas diferentes de remedios farmacológicos parecen mejorar las posibilidades de dejar el tabaco, existen líneas telefónicas de ayuda y hay más ex fumadores que fumadores. Sin embargo, ¿tendrán los fumadores marginados menos accesos a estas herramientas y estarán menos motivados a usarlas?

    Un riesgo de esta marginalización es que puede aislar a algunos grupos de gente muy adictos al tabaco, como personas con enfermedades mentales y con problemas de otras drogas, o ambos. Estas personas ya están estigmatizadas por su condición psiquiátrica subyacente. De algún modo debemos encontrar algún modo de integrarlos socialmente y de que reduzcan su tabaquismo. Quizá la estrategia de “ama al fumador, odio al tabaco” podría ayudar a estos fumadores a abandonar el hábito evitando adicionalmente estigmatizaciones.

    A pesar de los recientes progresos contra, es prematuro cantar victoria. El tabaco sigue siendo un grave problema de salud: más de 400.000 personas mueren cada año por su culpa en Estados Unidos, y veinte veces más personas luchan con graves discapacidades relacionadas con su consumo.

 

Steven Schroeder. Universidad de California en San Francisco.
The New England Journal of Medicine, 2008

2017-01-23T11:39:41+00:00 01 / 01 / 2009|Actualidad|