En el año 2000 The New England Journal of Medicine informó de que los pacientes sometidos a la eutanasia en Holanda experimentan algunas veces efectos adversos (aparte de la muerte, claro), como náuseas, convulsiones o coma, lo que contradecía la afirmación de los defensores de la eutanasia de que, en manos de los médicos, se trata de un aterrizaje dulce.
Comentando el informe holandés el New England adjuntaba un editorial del doctor Sherwin Nuland, autor del best-seller Cómo morimos y profesor de la Universidad de Yale. Defensor de la eutanasia en casos limitados, proporciona una solución: “Los médicos deberían recibir entrenamiento en estas técnicas (de eutanasia)”. Es decir, sugería enseñar a los médicos a matar sin efectos adversos.
Su propuesta viola claramente el famoso Juramento Hipocrático, bajo el que ha actuado la Medicina en los últimos 2.500 años: “Nunca daré una droga mortal a nadie que lo pida”. Nuland parece desechar la importancia del juramento cuando escribe: “Los que acuden al juramento en un intento de formar o legitimar sus opiniones éticas (contra la eutanasia) deben entender que ha sido seguido en los últimos dos siglos más como un símbolo de cohesión profesional que por su contenido. Sus piadosas sentencias pueden usarse ya como criterios para evitar la responsabilidad personal inherente a la práctica médica. La conducta de un médico ante un enfermo es un problema de conciencia individual”.
Para la mayoría de las personas es una idea radical. No se despide alegremente el Juramento Hipocrático con un apretón de manos. El sentido común dice que el juramento protege el bienestar de la gente haciendo que los médicos honren siempre el principio de “no hacer daño” (símbolo del legado moral del juramento, aunque no aparezca así formulado).
Desgraciadamente vivimos en una época que está olvidando los compromisos, deberes y fidelidades que imponía este juramento. Gran parte de la profesión médica se alía hoy con Nuland. Pero permanece el empuje de la tradición. Así, muchas facultades de medicina y asociaciones profesionales han elaborado códigos o declaraciones que son meras sombras del gran documento griego.
No hace mucho, la Facultad de Medicina de Cornell publicó un juramento reescrito para sus licenciados. Fuera quedaba, por supuesto, la proscripción de efectuar abortos. Nada sorprendente: los médicos empezaron a aceptar este proceder hace décadas (aunque recientes encuestas indican que pocos están dispuestos a practicar abortos).
Pero Cornell desechaba otras dos cruciales afirmaciones del Juramento: eliminaba la prohibición contra la eutanasia y no precisaba que sus graduados evitaran las relaciones sexuales con sus pacientes.
El autor del Juramento, fuera o no Hipócrates, entendió que matar no es un acto médico. Además, los requisitos de abstenerse de matar a otro y de mantener relaciones sexuales con los pacientes reflejan el deseo de evitar imponerse sobre una persona normalmente débil e indefensa.
Dice Hipócrates: “Cualquiera que sea la casa que visite, velaré por el beneficio del enfermo, evitaré toda injusticia intencionada, todo daño y en particular las relaciones sexuales con hombres o mujeres, sean libres o esclavos”.
Dice Cornell: “En cualquier casa que entre, haré lo mejor para el enfermo. Mantendré este sagrado principio, evitando caer en el error, la corrupción o la inducción al vicio”. Es una declaración más pasiva y vaga. Si, según Nuland, la conciencia del médico es su única guía, lo que constituye el bien del paciente variará de un médico a otro. Así, si uno cree que la vida del paciente no merece la pena, podría prescribir un remedio letal, incluso si el paciente no lo ha pedido (práctica común en Holanda). ¿Y qué significa no inducir a otros al vicio en un contexto actual de moralidad cambiante o vacía?
Otro pobre sustituto para el tradicional Juramento es el compromiso cristiano elaborado por la Universidad Loma Linda, de California. Desgraciadamente, también ha mutilado la robustez del original. Dice, por ejemplo, “Mantendré un extremo respeto por la vida humana. No usaré mis conocimientos médicos contra las leyes de la humanidad. Respetaré los derechos y decisiones de mis pacientes”. ¿Por qué eliminar la explícita promesa de no matar, si el respeto a la vida humana es una prioridad? Y si el respeto a las decisiones de los pacientes es superior, esto permitiría la eutanasia voluntaria, entre otros potenciales tratamientos dañinos.
El juramento de Loma Linda añade una cláusula que podría acarrear conflictos de intereses entre los médicos y algunos pacientes. “Actuando como un buen servidor de los recursos de la sociedad y de mis talentos, intentaré reflejar la misericordia divina y la compasión cuidando al solitario, al pobre, al que sufre y a los que mueren”. Hipócrates no hacía tanta distinción de individuos: trataba a todos por igual, y no se ceñía a los recursos limitados de la sociedad. No significa dilapidar los recursos, pero el primer deber de un médico es el paciente, no la sociedad como un todo. En una era de productividad y utilitarismo, las máximas venerables de Hipócrates se sustituyen con tibias vaguedades. Lejos de ser una reliquia, el principio de “no hacer daño” en la práctica médica es más importante que nunca.
Wesley J Smith
Centro de Bioética y Cultura. Instituto Discovery (Seattle)
National Review