CUANDO LAS APARIENCIAS SÍ IMPORTAN

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CUANDO LAS APARIENCIAS SÍ IMPORTAN

“Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos” (Nicolás Maquiavelo)

Cuando empecé a trabajar como médico, tuve a mi cargo a una inteligente y enérgica residente que además dispensaba excelentes cuidados a sus pacientes. Solo tenían un inconveniente: cuando nos entregaba a mí y a otros médicos los diagnósticos de los pacientes, nos era bastante difícil no fijarnos en su escote y minifalda.

    “Tenéis que decirle algo a esta chica” nos dijo una tarde uno de mis colegas a mí y a otra compañera. Mientras ninguno de nosotros hubiéramos dudado de intervenir si ella hubiera prescripto un fármaco incorrecto a un paciente, nos resultaba demasiado difícil decirle algo sobre su atuendo, así que lo dejamos pasar sin comentarle nada.

    Después de casi una década, si uno se fija, puede encontrar a diario una barriga por aquí y un escote por allá. Y esas sandalias que muestran los dedos pintados de las chicas están por todas partes.

    Mis reflexiones quizá estén condicionadas por la ciudad en que trabajo: Miami, un lugar de clima subtropical y de sobra conocido por sus ropas ligeras y atrevidas. Sin embargo, los colegas que trabajan en otros lugares también me cuentan que han visto a estudiantes de medicina y a médicos jóvenes ir a trabajar con ropa, digámoslo así, poco profesional.

    “No es algo que ocurra de forma aislada, yo lo he visto en todas partes”,  dice Pamela A. Rowland, directora de la Oficina de Desarrollo Profesional en la Facultad de Medicina de Dartmouth, que ha estudiado el impacto de la ropa de los médicos sobre la confianza de los pacientes. “No deja de sorprenderme que en algunos lugares se impongan normas de vestuario para el personal de los centros y no para los médicos”.

    Entre los médicos más veteranos y los de mediana edad (entre los que me encuentro), abundan las historias sobre vestidos atrevidos y atuendos desaliñados de los residentes. Un colega me comentó que una estudiante llamativamente escultural “debía de haber pensado en el riesgo de que a sus pacientes les diera un ictus” cuando se paseaba por la consulta con un top escotado y una minifalda. Otra queja que me llegó tenía que ver con un estudiante que apareció en clase sin afeitar, y no precisamente por haber estado de guardia la noche anterior. Y la decana de una facultad de medicina ha comentado que en su centro se propuso una política de vestuario más formal después de darse cuenta de que los estudiantes enseñaban demasiado mientras tomaban el sol de fuera del edificio, justo debajo de las ventanas de los pacientes del hospital.

    A veces, las capacidades y conocimiento de los médicos más jóvenes pueden verse mermadas desde el punto de vista de pacientes y colegas al ver la informalidad de su aspecto exterior, más propia a veces para ir al gimnasio o para salir de fiesta que para pasar consulta. Y no hay que olvidar las consideraciones de higiene: las chanclas y sandalias, por ejemplo, no protegen correctamente contra la caída de líquidos, algo que está a la orden del día en el cuidado de los pacientes, y llevar el pelo largo y suelto puede provocar que transportemos bacterias perjudiciales sin quererlo. “Los pacientes no tienen tu currículo delante y lo único por lo que se guían es por tú apariencia”, explica Rowland. “Si no cumples con sus expectativas, sus niveles de ansiedad se incrementan”.

    En un estudio publicado el año pasado en The American Journal of Medicine, en el que a los pacientes de un centro de salud se le mostraban fotografías de médicos, la gran mayoría prefería a los médicos que salían con ropas formales y bata blanca antes que a los médicos con traje y corbata o vestidos con prendas informales (como vaqueros y camiseta en el caso de los hombres, y falda por encima de las rodillas en el de las mujeres). Los enfermos también afirmaron sentirse más a gusto sus preocupaciones sociales, sexuales y psicológicas a los médicos con bata blanca.

    Rowlan asegura que en los procesos judiciales por malas prácticas médicas, los abogados demandantes formulan en ocasiones preguntas sobre la ropa de los médicos. Y ha visto que la ropa puede influir en el resultado de los exámenes orales en los que los médicos veteranos evalúan los conocimientos de los más jóvenes.

    Históricamente, los médicos siempre han vestido de forma diferente al resto de la gente. Hipócrates ya aconsejaba a los doctores ir “limpios y bien vestidos”; además recomendaba “tener un aspecto saludable” y echarse “ungüentos de olores dulces”. La bata blanca se convirtió en una necesidad para los médicos occidentales incluso antes del siglo XX. Y hace poco la Asociación Médica Británica ha recomendado a los médicos de los hospitales no llevar corbata, porque no se lavan con asiduidad y pueden transportar los gérmenes.

    Muchas facultades de Medicina tienen normas de vestuario (en la de Miami es especifica, entre otras cosas, que los estudiantes deben llevar el pelo “de su color natural”, sin tintes). Pero en la aplicación de estas normas a menudo se pasa por alto al profesorado y esto puede crear confusiones. El año pasado expulsé una tarde a una excelente estudiante porque iba calzada con algo que parecían unas chancletas (la chica se quejó porque, por lo visto, eran unas sandalias caras, de piel). En ese momento me sentí culpable, porque le hacía perder una tarde entera en la clínica, pero ahora estoy seguro de que no volverá a ponerse esas sandalias cuando esté con los pacientes.
Y volviendo a esa residente con la trabajé hace ya muchos años, creo que al final no le hicimos ningún favor dejando pasar por alto el asunto de su ropa.

Erin N. Marcus, profesor de Medicina de la Universidad de Miami
The New York Times
Diciembre, 2006

2017-01-23T14:32:25+00:00 01 / 01 / 2006|Opinión|